Eduardo Guerrero Gutierrez

AMLO: tropiezos y soluciones

Eduardo Guerrero Gutiérrez escribe que si López Obrador de verdad quiere devolver la tranquilidad al país, tendrá que tomar riesgos e imponer decisiones muy costosas.

En julio de 2004 decenas de miles de personas vestidas de blanco marcharon hacia el Zócalo para protestar en contra de la inseguridad. Las descalificaciones a los pirruris por su "campañita en favor de la paz y sus moñitos blancos" son tal vez las declaraciones más desafortunadas que se le han escuchado a López Obrador. Sus detractores nunca olvidarán este desdén ante un genuino sentimiento de inseguridad de sectores amplios de la sociedad capitalina (sobre todo porque algunos errores graves de su gobierno contribuyeron a alimentar esta percepción). Sin embargo, sería simplista concluir por ello que la administración de López Obrador fue un "desastre" en materia de seguridad.

Para empezar, López Obrador no nadó de muertito ni le dio la vuelta al tema. Hay constancia de que AMLO efectivamente se reunía muy temprano todos los días con el procurador y el secretario de Seguridad Pública, y que en esas reuniones se tomaban decisiones importantes. A diferencia de muchos gobernadores, AMLO no delegó el mando de la policía en un operador sin visibilidad ni peso político. En 2002 nombró a su asesor estrella, Marcelo Ebrard, como secretario de Seguridad Pública. Gracias al seguimiento cotidiano y al talento natural de AMLO y de Ebrard para la gestión política, el primer lustro de este siglo fue un periodo de relativa paz en la capital. De 2000 a 2005 los homicidios por cada 100 mil habitantes bajaron de 9.0 a 7.7. Aunque algunas bandas peligrosas de secuestradores siguieron operando en la capital, los grupos criminales más grandes (aquellos dedicados al narcomenudeo) no incurrieron en aquellos tiempos en excesos como los que en este sexenio se le solapan a la Unión Tepito.

López Obrador no impulsó una reforma de gran calado que hubiera sido necesaria para poner fin a la histórica corrupción de la policía capitalina (sus prioridades presupuestales estuvieron en otro lado, en particular en la expansión del gasto social y de la oferta educativa). Las medidas más ambiciosas de fortalecimiento institucional en la Secretaría de Seguridad Pública del DF, como la conformación de un sistema de gestión policial basado en cuadrantes, se concretaron años después, cuando Marcelo Ebrard ya era jefe de Gobierno.

Lo que sí hubo en tiempos de AMLO fueron algunas medidas sensatas que dieron buenos resultados. Por ejemplo, AMLO y su equipo entendieron bien la dinámica criminal detrás del robo de vehículo, un delito que se salió de control en la década de los 90 y que para el año 2000 era un constante dolor de cabeza para los automovilistas de la capital. A partir de un programa para inhibir el mercado negro de refacciones, sobre las compras por parte de taxistas, se logró que la incidencia de robo de vehículo en la capital cayera 37 por ciento (podemos afirmar esto con relativa certeza porque el robo de vehículo es uno de los pocos delitos para los que tenemos cifras confiables de aquellos años pues, por requisito de las aseguradoras, una alta proporción de los casos se denunciaban).

AMLO y Ebrard también supieron colaborar con distintos actores para construir una agenda de seguridad de mayor alcance. Por ejemplo, se aliaron con Carlos Slim y otros empresarios para contratar la asesoría del exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. De esta asesoría surgieron recomendaciones importantes, como los alcoholímetros. De hecho, aunque el alcoholímetro parezca una medida sencilla, se trató de una solución brillante, que no sólo salva unas 500 vidas al año (razón por la cual ha sido replicada en muchas otras ciudades del país), sino que también fortalece la presencia de la autoridad en las calles en horarios de alta conflictividad.

En resumen, el balance de la gestión de López Obrador como jefe de Gobierno fue relativamente bueno en lo que a seguridad se refiere. Aun así, las deficiencias de las instituciones capitalinas pasaron factura. En 2004, un operativo mal planeado terminó en el trágico linchamiento de dos elementos de la SSP en Tláhuac, lo que a su vez llevó al presidente Fox a hacer uso de sus facultades constitucionales y ordenar la remoción de Marcelo Ebrard.

También es importante subrayar que el desafío al que AMLO hizo frente cuando fue jefe de Gobierno no se compara a lo que le esperará a partir del 1 de diciembre. En el año 2000, los grupos criminales de la capital no tenían, ni remotamente, la capacidad de operación y el peso político que hoy tienen organizaciones como el Cártel Jalisco Nueva Generación o Los Rojos. Si López Obrador de verdad quiere devolver la tranquilidad al país, tendrá que tomar riesgos e imponer decisiones muy costosas, incluso para algunas de las figuras que lo apoyaron en las elecciones. También están pendientes las soluciones brillantes a fenómenos delictivos concretos (ni la amnistía ni la guardia nacional ni la regionalización que ha mencionado lo son). Ojalá aparezcan en el plan de seguridad que habrá de anunciar en los próximos días.

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