Eduardo Guerrero Gutierrez

La lección de Brasil

Eduardo Guerrero Gutiérrez escribe que la lección de Brasil tras la victoria de Jair Bolsonaro a la presidencia es que el gasto social y las buenas intenciones no bastan.

A menos que ocurra un milagro, cuando se publiquen estas líneas Jair Bolsonaro habrá ganado las elecciones en Brasil. Es inquietante este triunfo de la extrema derecha, y de un candidato que simpatiza con la dictadura y ha sido apodado el "Trump del Trópico" por sus comentarios incorrectos. Por un lado, Brasil es el país más grande de América Latina. Lo que ahí pase será imitado. Por otro lado, las circunstancias que hicieron posible el ascenso de Bolsonaro son dolorosamente familiares: los brasileños están hartos de la corrupción y la inseguridad.

El nivel de homicidios en Brasil es cercano al que tenemos en México. Es decir, es alarmante. En algunos estados del nordeste, la región más pobre de Brasil, las tasas de homicidio son similares a las que se registran en los países más violentos del mundo. El fracaso en materia de seguridad de los gobiernos de izquierda encabezados por Lula y por Dilma Rousseff es uno de los factores que explican el triunfo de Bolsonaro.

Sin embargo, la llegada de la derecha no traerá los cambios que se necesitan. Bolsonaro es un demagogo consumado y sabe decir lo que la gente quiere escuchar. Desafortunadamente, también es un hombre con poca imaginación, que se limita a ofrecer mano dura. Sus propuestas incluyen reducir la edad penal a 16 años y restablecer la pena de muerte. En la práctica, el "populismo penal" que Bolsonaro enarbola implica el uso indiscriminado de la cárcel y el consiguiente crecimiento de la población penal. Esta receta no sirve para reducir la incidencia delictiva, pero en el largo plazo genera una enorme carga para las finanzas públicas y se convierte en una calamidad para miles de hogares pobres (tener a alguien de la familia muchos años en prisión es tal vez la condición que hace más difícil para un hogar salir del círculo vicioso de la pobreza).

Sin embargo, la faceta más preocupante de Bolsonaro no es su entusiasmo por la cárcel, sino su abierto desdén por los derechos humanos. Se ha manifestado por el uso de la tortura, quiere menos restricciones para la posesión de armas e incluso parece estar a favor de una mayor letalidad por parte de la policía. Dijo que buscará dar a la policía "carta blanca para matar". El resultado previsiblemente será parecido a lo que vivimos en algunas regiones de México con el "combate frontal" a la delincuencia de los últimos años. La guerra sin cuartel no debilita a los criminales ni sirve para imponer el orden. La confrontación indiscriminada sólo multiplica las bajas (de delincuentes, de policías y de civiles inocentes), incentiva el reclutamiento de "brazos armados" más grandes, y crea oportunidades para que los grupos más violentos intenten desplazar a sus rivales. El uso de la coerción es un componente indispensable en toda política de seguridad, pero sólo es eficaz cuando se usa de forma estratégica y contenida.

Un consuelo es que Bolsonaro será un presidente débil. Su partido tendrá una bancada minoritaria en el Legislativo y Brasil es un país con un sistema consolidado de contrapesos. Tan es así que una investigación por corrupción puso fin de forma anticipada al gobierno de la expresidenta Dilma Rousseff, algo que en México sería difícil imaginar. En este contexto, es poco probable que Bolsonaro logre imponer en el corto plazo un nuevo modelo de seguridad en todo Brasil. Sin embargo, su triunfo tampoco es irrelevante. Es un espaldarazo para quienes le apuestan a la "mano dura" y el populismo penal como estrategia electoral (en México tenemos el principal ejemplo en las campañas del Partido Verde y su insistencia en sentencias de cárcel absurdamente largas).

El triunfo de Bolsonaro también es una lástima porque seguramente sepultará la experiencia de la Policía Pacificadora. La Policía Pacificadora fue formada con elementos del Ejército brasileño, quienes recibieron adiestramiento especial para desempeñar labores policiales. Su objetivo no era primordialmente represesivo, sino de reconstrucción de la convivencia. A partir de 2008 fueron desplegadas con relativo éxito en varias favelas de Río de Janeiro. Aunque el experimento se suspendió parcialmente en años recientes por malos manejos, la Policía Pacificadora es el ejercicio más serio de reducción de la violencia criminal que se ha puesto en práctica en América Latina.

Finalmente, el triunfo de Bolsonaro debería servir de advertencia para AMLO y para su equipo. Hace algunos años, Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) eran vistos como la esperanza de la izquierda latinoamericana. Lula llegó al poder después de largos años de trabajo político, cargado de prestigio y de buenas intenciones. Los gobiernos del PT tuvieron aciertos. Se impulsaron programas sociales importantes, que sirvieron para mejorar la situación de los sectores menos favorecidos de la población (los únicos que este año apoyaron en las urnas al PT). Sin embargo, hubo un enorme descuido con la corrupción, y un rotundo fracaso para devolver la tranquilidad a las calles. Bolsonaro ganó porque supo capitalizar bien este fracaso y porque era la opción más creíble de cambio. La lección de Brasil es que el gasto social y las buenas intenciones no bastan.

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