Eduardo Guerrero Gutierrez

Tu puño jamás podrá doblegar mi espíritu

Eduardo Guerrero Gutiérrez escribe que la agresión del 3 de septiembre exhibió la cara más oscura de la UNAM, así como la colusión entre porros y las autoridades que los solapan.

Se cumplen cincuenta años del movimiento estudiantil del 68. Una fecha cargada de simbolismo. El 68 marca el despertar de la izquierda mexicana como una fuerza claramente distinta e incluso antagónica al PRI. La izquierda llega triunfante a esta fecha histórica. Sin embargo, como un recordatorio de que algunas prácticas autoritarias siguen vigentes, la violencia de los porros de la UNAM, que nunca ha dejado de existir, se dejó sentir con potencia.

El actual conflicto inició a fines de julio, sin mucho ruido, en la periferia del mundo universitario. La entonces directora del CCH Azcapotzalco tomó la desafortunada decisión de mandar borrar los murales que habían pintado estudiantes de varias generaciones. Ante ese gesto autoritario, que se sumó a otras profundas deficiencias en la administración del plantel (en particular para la asignación de profesores) y a la negativa de la directora a reunirse con ellos, los alumnos del CCH iniciaron un paro de actividades. El 3 de septiembre los estudiantes de Azcapotzalco, junto con un contingente de alumnos del CCH Oriente, realizaron una marcha pacífica en la Rectoría de la UNAM en Ciudad Universitaria. Grupos porriles de distintos planteles agredieron a los estudiantes que se manifestaban. Tal vez por un mero error de cálculo, tal vez por un plan deliberado, la agresión tuvo tal saña que algunos de los estudiantes que se manifestaban tuvieron que ser hospitalizados por heridas graves.

La agresión del 3 de septiembre exhibió la cara más oscura de la UNAM, así como la colusión entre porros y las autoridades que los solapan (curiosamente, el camión que utilizaron los porros para trasladarse recibió todas las facilidades para ingresar al campus universitario). A la luz de los hechos de violencia, los estudiantes de distintas instituciones se han solidarizado con los manifestantes. Del 5 al 7 de septiembre, 41 instituciones de la UNAM realizaron un paro. En la opinión pública también se advierte, cosa extraña tratándose de un movimiento estudiantil, una simpatía generalizada hacia las movilizaciones. Los líderes de opinión, los políticos y las propias autoridades universitarias coinciden en que las demandas originales de los estudiantes eran perfectamente sensatas.

El tema más urgente es que se tomen medidas para disolver a los grupos porriles. Una deuda histórica que no se saldó con la transición a la democracia. Estos grupos son un híbrido perverso. Mitad pandilla y mitad grupo de choque, los porros son profesionales de la violencia: en los planteles educativos intimidan y golpean a sus compañeros; a veces para reclutarlos, a veces para exigirles una cuota. Los porros también actúan como alborotadores y golpeadores al servicio de una gran diversidad de intereses: se les ha vinculado con vendedores ambulantes y autoridades corruptas de algunos planteles universitarios, así como con legisladores y funcionarios de todos los partidos políticos (incluyendo a algunos morenistas). Quienes utilizan a los grupos porriles actúan en la penumbra. Sin embargo, no me extrañaría que el gobierno tuviera información bastante precisa sobre quiénes son los patrocinadores de los porros. Esta información se podría difundir de forma estratégica para terminar con el anonimato e imponer un costo a quienes le apuestan a la violencia y a la represión como medios para impulsar sus agendas.

Por supuesto, los grupos porriles no subsisten exclusivamente por su capacidad para intimidar, o porque reciban apoyo y prebendas de algunos funcionarios. Aunque sus métodos y sus objetivos sean nefastos, los grupos porriles también desempeñan una función importante para algunos estudiantes: dan seguridad, sentido de pertenencia, e incluso organizan fiestas y otras actividades sociales para jóvenes que no tienen muchas opciones de esparcimiento. En este sentido, son parecidos a una pandilla o a una fraternidad. De nada servirá que haya expulsiones y consignaciones de porros, o que se exhiba a quienes actualmente los patrocinan. Si nadie más desempeña estas funciones, en un par de años regresarán los porros y los abusos contra los estudiantes. Los hechos de los últimos días y la conmemoración de los 50 años del movimiento del 68 abren una oportunidad para que las autoridades universitarias actúen, y para que la izquierda triunfante –en particular AMLO y Claudia Sheinbaum– les den mayor forma a sus anunciadas políticas de apoyo a los jóvenes.

Por lo pronto, en el edificio N del CCH Vallejo ya hay un nuevo mural. El nuevo mural, obra de los alumnos del taller de dibujo, reproduce una de las imágenes más icónicas y más desgarradoras de la agresión del 3 de septiembre: el momento en el que Naomi, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras, abraza a su novio Joel, quien había sido apuñalado, para protegerlo de un porro que lo sigue golpeando. A un lado de la imagen de Naomi, Joel y el porro se lee la frase: "Tu puño jamás podrá doblegar mi espíritu".

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