Le he comentado un sinnúmero de veces que los mexicanos tenemos una propensión a exagerar.
Ni el acuerdo conseguido con Estados Unidos resuelve la relación comercial de Norteamérica, ni tampoco México entregó ninguna soberanía en el acuerdo que negoció con Estados Unidos.
¡Ah! Pero... cómo nos gustar hacer el drama. Tanto los funcionarios del actual gobierno como Jesús Seade, representante de AMLO en la negociación, ponderan el resultado como todo un logro.
Y tiene que ser así. No hay por qué asombrarse. El gobierno actual apostó su capital político a esta negociación desde agosto de 2016.
Y López Obrador quiso asegurar un aterrizaje tranquilo de su gobierno, por explicables razones.
Y, el sector privado, que estaba presionado, aprovechó la oportunidad para conectar con el futuro gobierno con objeto de salvar la negociación.
Al final, lo que ya se obtuvo fue mucho mejor que quedarnos colgados de la brocha.
Y eso es un mérito que no se puede regatear a ninguno de los actores que participaron en esta negociación.
En contraste, Canadá vive un drama estos días.
Si acepta sumarse al acuerdo con Estados Unidos y México, los fundamentalistas de la política –que hay muchos en todas partes– van a cocinar vivo a Trudeau.
Si decide rechazar la opción y resulta castigado por los aranceles de Estados Unidos, el primer ministro va a ser lapidado, porque va a provocar un serio problema económico en su país.
A Canadá sólo le queda optar por el menor de los males.
En el caso de México, desde luego que hubo que ceder. Nos convenía más una regla de origen de 62.5 por ciento en la industria automotriz, que la de 75 por ciento; nos convenía más un Tratado sin fecha de caducidad, que uno a 16 años, por citar sólo dos casos.
Pero no hay punto de comparación. Nos conviene más tener un Tratado con EU que no tenerlo.
No hay que olvidar que el primer impulso de Trump, cuando era candidato y luego al llegar a la Casa Blanca, fue repudiar el TLCAN.
Si no lo hizo fue por un esfuerzo de negociación que alguna vez tendrá que contarse y documentarse.
No fue un proceso espontáneo. Requirió mucho trabajo del gobierno y del sector privado. Y al final, también necesitó de un esfuerzo de coordinación entre el gobierno saliente y el gobierno electo, que no era nada natural.
Hubo muchos momentos en los que el escenario más probable era que el Tratado se cayera y Trump lo abandonara.
La tendencia a desechar los acuerdos multilaterales y a responsabilizar al "peor tratado de la historia", de la pérdida de empleos en las manufacturas era una inclinación del presidente norteamericano.
Todo esto lo comento porque puede existir la tentación de reclamar a los negociadores por las concesiones entregadas, sin tomar en cuenta que, respecto a los escenarios que en algún momento se perfilaron, el resultado es sumamente rescatable.
Lamentablemente, en este tipo de negociaciones, en muchas ocasiones no nos enteramos de lo que pudo haber ocurrido, sino solamente de lo que pasó.
Y, para evaluar el resultado, necesitamos saber qué era lo que pudo haber pasado también.
Si no, no se puede hacer justicia a lo que finalmente se obtuvo.