Estamos enojados. Hace algunos días le refería las cifras del Inegi sobre el estado de ánimo de los tuiteros, que muestran claramente un crecimiento del malestar en los últimos dos años.
Ese hecho no es exclusivo de México.
Donald Trump está en la presidencia de Estados Unidos porque había mucha gente enojada con el sistema y con lo que ha ocurrido con la economía en los últimos años.
Cuando empezó su presidencia, Trump dividía opiniones casi con exactitud. Había 44 por ciento a favor y 44 por ciento en contra.
En el peor momento de su mandato, en la segunda semana de diciembre del año pasado, tuvo respaldo de 37 por ciento por 58 por ciento en contra y hoy tiene 54.5 por ciento en contra y 41.5 por ciento a favor.
¿Qué ocurrió en la percepción de los ciudadanos norteamericanos? Que votaron enojados y que gradualmente se dieron cuenta de que se habían equivocado.
El problema es que en los procesos políticos no hay margen de arrepentirse… hasta que vuelva a haber una nueva elección.
Los votantes norteamericanos enojados, particularmente los grupos afectados por los procesos de globalización; los que tienen fuertes impulsos nacionalistas excluyentes; los poco educados; los de las zonas rurales, entre algunos de los principales, decidieron que ya estaba bien de los políticos tradicionales y que había que llevar a la Casa Blanca a un personaje antisistema.
La opinión en contra de Trump creció 10 puntos en un año y la favorable bajó a la fecha tres puntos.
Unos meses antes pasó lo mismo con los ciudadanos del Reino Unido. Estaban enojados por la 'europeización' de Gran Bretaña; creían que los migrantes les quitaban los trabajos; que los países atrasados de Europa requerían de cuantiosos subsidios y decidieron que era mejor salirse de la Unión Europea.
De acuerdo con las más recientes encuestas, si hoy se hiciera una nueva votación y toda la gente acudiera a las urnas, ganaría la permanencia en la Unión Europea por dos puntos, con un margen de 51 a 49.
También los arrepentimientos ya se dejaron ver en el Reino Unido, pero es prácticamente imposible que el proceso sea reversible.
En los próximos meses, México tendrá el desafío de definir al presidente, al Poder Legislativo, a nueve ejecutivos estatales y en general a más de tres mil autoridades.
Si dejamos que 'nos gane el hígado' y votamos con enojo, sin valorar claramente las consecuencias de nuestro sufragio, quizás en poco tiempo estemos como los votantes norteamericanos o de Gran Bretaña.
Votar sin enojo no implica votar por algún candidato en específico sino más bien elegir en función del programa, propuestas, equipos, trayectorias.
Hoy pareciera que eso es lo menos importante, pues las inclinaciones por uno u otro candidato parecen provenir de la emoción y no de la razón.
Claramente, el candidato antisistema número uno es AMLO. Sería útil que el votante por AMLO calibrara correctamente lo que implicará emitir ese voto.
Si a partir de ello concluye que es el candidato de Morena el que representa su aspiración, bienvenida su preferencia. No se va a arrepentir.
Pero si el problema es que está a disgusto con el sistema y ni siquiera ha evaluado lo que implica votar por AMLO, valdría la pena detenerse un poco y evaluar, pues es probable que luego se arrepienta.
Dice aquel adagio: de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Cuidado con equivocarnos con buena intención.