Hace unos pocos días, un importante empresario me dijo: "Pero, ¿quién piensa votar por López Obrador si son tan retrógradas sus propuestas?". Y yo le contesté: "Pues más de la tercera parte del electorado, según la mayoría de las encuestas".
En algunos círculos parece imposible que haya preferencia por AMLO. Pero, en otros, hay asombro cuando alguien dice que va a votar por Meade.
En este mundo de redes sociales, abundancia de información y… complacencias, cada quien puede construir la imagen que quiera.
Siempre habrá manera de recortar los datos de los que disponemos para hacer aparecer que el desempeño del candidato presidencial de nuestra preferencia es el mejor.
Las estadísticas permiten eso y más.
Cualquier estudiante de estadística que sea suficientemente atento sabe que es muy diferente cuando hablamos de magnitudes absolutas o de variaciones. Y estas últimas son muy distintas, según el punto de referencia que tomemos.
Ninguna persona, en los equipos de campaña, tiene vocación suicida. Por eso, todos le dicen a su candidato que va muy bien, sea porque siga en primer lugar; porque crezca o porque retenga intenciones de voto.
Y, como la campaña depende mucho del estado anímico de los candidatos, no se ve con buenos ojos a quien lleva malas noticias. Y en contraste, aprecian a quienes hablan de lo bien que van las cosas.
El agregador de encuestas de Bloomberg le da en este momento a López Obrador una diferencia de 16.4 puntos respecto a Anaya, a quien coloca en segunda posición.
Pero otra lectura es que AMLO tenía –en esta misma medición– un 43.5 por ciento el 18 de diciembre del año pasado, así que su intención de voto ya no creció en los primeros tres meses de este año.
Anaya aparece hoy en segundo lugar con 26.1 por ciento de intención de voto. Pero el comparativo respecto al 12 de febrero –cuando obtuvo su máximo de este año– es una caída de 5.3 puntos porcentuales.
Meade aparece en tercera posición con 21.2 por ciento. El 12 de febrero tenía 19.3 puntos. En ese lapso ha crecido casi dos puntos porcentuales.
Pueden mostrarse tendencias opuestas a las que le he descrito arriba, simplemente tomando otros puntos de referencia iniciales.
Tiene más posibilidades de hacer una mejor campaña el candidato que logra evitar que su equipo lo convenza de lo bien que va.
Por ejemplo, si AMLO da por hecho que ya ganó y empieza a actuar con desparpajo, como el triunfador de la elección, crecen las probabilidades de que repita el patrón de comportamiento de 2006 y eventualmente ahuyente votantes.
Si Meade acepta lo que públicamente argumenta su equipo, y cree que va subiendo como la espuma, entonces ya está fuera de la competencia.
Si Anaya ignora la caída que ha tenido, tras el prometedor nivel que llegó a tener en febrero, también se va a desfondar.
El candidato que tenga la entereza anímica para aceptar las críticas despiadadas, que tenga capacidad para ajustar estrategias y cuya energía no decaiga, será quien tenga más probabilidades de sacarle jugo a las campañas electorales.
Es indiscutible que hay un líder en la carrera: AMLO.
Pero en los maratones, a veces, quien ha liderado toda la carrera se desfonda en los últimos dos kilómetros.