Algunos pensaban que, tras la elección del 1 de julio y su resultado contundente, habría de disiparse la polarización de la sociedad mexicana, que se expresa, por ejemplo, en las redes sociales.
No ocurrió. De hecho, de acuerdo con las estadísticas del Inegi sobre el estado de ánimo de los tuiteros, el pasado 16 de julio tuvimos un índice de 1.99 en Twitter, que se compara con el 2.38 que tuvimos el pasado 23 de junio. Hay que recordar que valores más elevados implican mejor estado de ánimo de los tuiteros.
Se ha dicho muchas veces que la gente votó enojada. Y, de hecho, pese al resultado, o en otros casos, por él, mucha gente sigue enojada.
Por ejemplo, si uno expresa públicamente críticas a López Obrador, se generan reacciones que cuestionan esas críticas. "Es que estás ardido porque perdiste" o "verás que ahora sí te vas a ir a… ", son muestras de las frases que se leen en correos, comentarios o redes.
Pero si resulta que la situación es la opuesta y se expresan juicios favorables a algunas de las propuestas de AMLO, entonces las expresiones de otros cuestionan: "Qué rápido te vendiste" o "cómo es posible que estés de acuerdo, ya verás cómo nos va a llevar este señor a la ruina".
Pareciera que sigue siendo imposible mantener la imparcialidad frente a lo que AMLO propone. Es decir, siempre queda uno como el cohetero.
Por ejemplo, creo que hasta ahora no hay bases para pensar en una 'cuarta transformación', como lo ha señalado AMLO. La profundidad de las reformas que está planteando ni lejanamente tiene la trascendencia para el país que tuvo la Independencia, la Reforma o la Revolución. Es una muy buena frase de mercadotecnia política, y punto.
Pero al mismo tiempo, no veo por lo pronto ninguna evidencia que me haga pensar que AMLO va a instaurar un régimen que se parezca al de Chávez en Venezuela, como algunos insisten.
O, como ayer lo expresé en este espacio, en cuanto a las propuestas para combatir la corrupción, veo en AMLO la mejor de las intenciones, pero con propuestas que pueden fracasar o ser muy costosas porque no están diseñadas con cuidado.
El ambiente crispado que vivimos en México durante el proceso electoral nos condujo a juzgar las propuestas en función de quien las hacía. Para muchos, si venían de AMLO, por definición estaban bien y había que apoyarlas. O al revés, por venir de AMLO, inherentemente estaban mal.
Aunque ya pasaron las elecciones, nos sigue costando mucho trabajo juzgar los planteamientos por sus méritos y no por su autoría.
El nuevo gobierno tendrá como peculiaridad respecto al pasado inmediato contar con niveles de respaldo y legitimidad como no se veían en México desde hace décadas. De hecho, en la vida moderna del país, en los tiempos de competencia realmente democrática, nunca los habíamos visto. Estamos en una situación inédita.
Hay dos maneras de usar el poder que da ese respaldo. Una es con la generosidad y la tolerancia. Propiciando que tenga voz y sea escuchado el que piensa diferente de quien tiene ese poder. La otra es usando ese poder para aplastar la divergencia y apapachar a quien piensa igual.
La tarea de quienes intentamos ser imparciales es juzgando, por su mérito y sin prejuicios, ideas, propuestas y acciones, independientemente de cómo las tome quien tiene la autoridad y el poder para realizarlas.