Le informaron mal a López Obrador. Le dijeron que los empleados de confianza eran unos cuantos, muy bien pagados, recomendados, vividores y ociosos.
En contraste, los empleados de base, sindicalizados, eran los que hacían funcionar al gobierno.
Por lo mismo, los primeros eran sacrificables y los segundos intocables.
Andrés Manuel se ha de acordar de sus tiempos de empleado de confianza del gobierno. Tras su naufragio en el PRI de Tabasco, cuando lo pretendió transformar y no lo dejaron, se refugió en 1984 en la Ciudad de México en calidad de director de Promoción del Instituto Nacional del Consumidor, en los tiempos que dirigía al organismo la maestra Clara Jusidman.
Hasta 1988, AMLO fue empleado de confianza, y sabe de primera mano la relevancia que este tipo de personas tiene en el sector público.
Seguramente, no ha llegado a los oídos de López Obrador lo que miles y miles de empleados públicos están viviendo en estos momentos. Se trata de alrededor de 300 mil personas. Es decir, serían tres veces más que todos los que lo acompañaron en el cierre de su campaña en el Estadio Azteca.
En este grupo, es una muy pequeña minoría quien gana más de un millón de pesos al año, los que verían reducidos sus salarios.
El grueso de los empleados de confianza no está entre los que verán mermados sus sueldos. El tema es que tienen hoy incertidumbre laboral. No saben si tendrán trabajo después del 1 de diciembre o si en cierto tiempo tendrán que irse de la Ciudad de México.
La mayoría de los empleados de confianza arrastran el lápiz o la tecla en modestos escritorios o ventanillas. Son muchos de los que realmente hacen funcionar al gobierno.
El salario promedio de los empleados públicos en México es de 13 mil 300 pesos mensuales según el Inegi, y los empleados de confianza no están muy lejos de esa cifra.
Pretender recortar de la nómina a siete de cada diez ha creado una extraordinaria zozobra en la que caben todas las versiones y rumores.
AMLO se equivocaría rotundamente si insiste en ese plan.
Nada ha sucedido hasta ahora y tiene oportunidad de rectificar.
Creo que el diagnóstico de López Obrador tiene muchos ingredientes correctos. Sí, el aparato público en muchas áreas se sobredimensionó.
Y es correcto darle el tamaño que realmente debe tener.
Pero, como en una metáfora que he usado en otras ocasiones, el tumor que esta circunstancia implicó, hay que extirparlo con bisturí, no con unas tijeras para cortar pollo.
Peor aún. Independientemente de lo que realmente suceda con los empleados públicos, ante la falta de información precisa y la angustiosa necesidad de información, en los pasillos de todas las dependencias empiezan a surgir todas las versiones imaginables, y en ninguna de ellas sale bien parado el futuro gobierno de López Obrador.
Él y el equipo que lo acompaña sabrá lo que hace, pero mi percepción es que se está metiendo un autogol.
El gran éxito que fue su comunicación durante la campaña pareciera que empieza a hacer agua en estos días.
Ya no hay necesidad de ganar votos. AMLO ya ganó la elección por una gran diferencia. Ahora lo que tiene que hacer es preparar el terreno para gobernar, y la peor manera de empezar es crear zozobra entre miles de personas que estarán bajo su mando en pocos meses.
Todo es reversible por ahora. Pero ¿habrá la humildad de decir 'nos equivocamos'? Veremos.