Ezra Shabot

La oposición

Los partidos políticos tradicionales están a punto de transformarse en otro tipo de organización que pueda enfrentarse al movimiento creado alrededor de López Obrador.

Cuando se da el fenómeno excepcional de concentración del poder en un solo partido y candidato en un régimen presidencialista dentro de un sistema democrático, la oposición política tradicional se reduce a una presencia testimonial en las cámaras y al llamado derecho al pataleo, sin mayor trascendencia hasta en tanto no exista una crisis de gobierno de grandes dimensiones. Las demandas por parte de distintas organizaciones de la sociedad civil tienen eco, siempre y cuando existan fuerzas reales de poder interesadas en reproducir el mensaje en los circuitos desde donde se toman las decisiones en forma definitiva.

Por supuesto que a las instituciones de la sociedad civil no las eligió nadie, y que representan intereses muy particulares de diferentes grupos. Pero eso no es argumento para descalificarlas a priori, sin entrar en el detalle específico de sus propuestas que en muchas ocasiones terminan por convertirse en acciones concretas de gobierno. Gobernar en una línea excluyente desde el presidente hacia los diputados y los senadores, más los 'coordinadores estatales', que fungirán como vigilantes de los gobernadores desde el gobierno central, nos llevará a un modelo de aislamiento social que paulatinamente irá fortaleciendo estructuras corporativas en detrimento de la pluralidad social aún existente.

Los partidos políticos tradicionales, PRI, PAN, PRD están a punto de desaparecer o transformarse en otro tipo de organización que pueda, eventualmente, enfrentarse al movimiento de masas creado alrededor de la figura de López Obrador, en un intento por competir no únicamente en el ámbito electoral, sino en el debate público sobre la forma en la que el nuevo gobierno intentará resolver los principales problemas cotidianos de la ciudadanía ligados a corrupción e inseguridad. En este sentido, tanto redes sociales como los tradicionales medios de comunicación enfrentarán la batalla por las ideas, las opiniones, y más que nada por la difusión de hechos comprobados como realmente existentes.

Los mensajes de conciliación y moderación emitidos por AMLO durante esta transición han servido para evitar una ruptura violenta entre los dos proyectos de nación que se debatieron durante la campaña electoral, pero que indudablemente chocarán en el momento en que las contrarreformas nacionalistas empiecen a concretarse en el Congreso morenista. La tendencia a reducir la intensidad de la crítica hacia López Obrador después de su avasallador triunfo, parte tanto del propio resultado electoral que lo muestra como invencible, como del temor ante las posibles represalias a medios y periodistas que pudieran producirse como consecuencia de la concentración del poder y el debilitamiento de la oposición en general.

Ante este escenario, el nuevo gobierno tiene la posibilidad de buscar la cooptación de aquellos que en la oposición estén dispuestos a incorporarse por diferentes razones al nuevo régimen, apostando a la anulación de todo tipo de disidencia política y con ello regresar a la época del carro completo priista, o buscar una legitimidad democrática que sorprenda a los escépticos y lleve a una convivencia institucional que respete la crítica y obtenga acuerdos con priistas, panistas e incluso perredistas, con una visión de Estado que renuncie a promesas de campaña incumplibles en la realidad, en aras de demostrar la racionalidad política que sus críticos y la propia oposición advierten como inexistente en muchas partes del proyecto del nuevo gobierno. Suena bastante iluso pensar que esto pueda suceder cuando el caudillo que luchó por largos años para llegar a la silla grande finalmente lo logra, y además con todo el poder en sus manos, lo que le permite aplastar a sus adversarios en su objetivo de echar atrás lo que considera un fallido modelo de desarrollo. La decisión es suya y de nadie más.

COLUMNAS ANTERIORES

Agenda opositora
La renuncia

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.