Desde hace treinta años, puntualmente, aparece en la boleta electoral cada seis años Andrés Manuel López Obrador. Los suyos dicen: es tenaz como una piedra. Sus detractores: es un perdedor que no acepta sus derrotas.
Que sea tenaz me parece admirable. Que no acepte sus derrotas, peligroso en una democracia. A estas alturas nadie puede desconocer el daño que López Obrador ha hecho al funcionamiento de la democracia mexicana.
En 1988 contendió por la gubernatura de Tabasco. Perdió. Alegó fraude.
En 1994 participó de nuevo por la gubernatura de Tabasco. Perdió de nuevo. Alegó fraude.
En 2000 fue electo jefe de Gobierno del Distrito Federal. Aquí no alegó fraude.
En 2006 contendió por la presidencia de la República. Perdió. Alegó fraude.
En 2012 participó de nuevo por la presidencia de la República. Perdió de nuevo. Alegó fraude.
En 2018 está participando por tercera vez como candidato a la presidencia de la República.
El resultado es incierto. Pero ya desde ahora alega fraude.
Ha participado en seis procesos electorales. En cuatro de seis ha perdido y en cinco ha denunciado fraude. Sólo cuando gana reconoce la democracia y sus instituciones. ¿Es un demócrata aquel que desconoce las instituciones a menos que le concedan el triunfo?
Hace treinta años, en 1988, perdió la elección por la gubernatura de Tabasco. Aunque apenas alcanzó 20.3 por ciento de los votos, acusó a la Comisión Estatal Electoral de fraude, realizó una gira por todo el estado y escribió el libro Tabasco, víctima del fraude electoral. Seis años después, en 1994, López Obrador compitió de nuevo por la gubernatura y volvió a perder.
De nuevo acusó de fraude, organizó una caravana de protesta hasta la Ciudad de México y escribió otro libro: Entre la historia y la esperanza: Corrupción y lucha democrática en Tabasco.
En 2000 ganó la jefatura de Gobierno del Distrito Federal.
En 2006 AMLO compitió por la presidencia de la República y perdió por 233 mil votos ante Felipe Calderón. López Obrador, como otras veces, volvió a acusar de fraude. Esta vez no hubo marcha ni caravana sino un plantón en Reforma. Había dicho, el día de la elección, que tenía información de conteos rápidos que lo ubicaban 500 mil votos arriba. Nunca ha querido mostrar esa información. Alegó ese día que había tres millones de votos perdidos entre votantes probables y votantes registrados, a pesar de que su equipo sabía –porque consultaron decenas de veces ese banco de datos– que no había tales "votos perdidos". En el libro más completo sobre la elección de 2006, Que hablen las actas, de José Antonio Crespo, éste concluye que, dadas las anomalías (no necesariamente fraudulentas), no puede determinarse quién ganó la elección.
No encuentro mucho respeto a la democracia en quien se ha dedicado desde hace más diez años a minar a las instituciones sólo cuando no gana. El 8 de julio de 2006 afirmó que el IFE "se plegó por completo al gobierno y su partido, y manipuló el sistema de cómputo". En ese mismo acto afirmó que "el IFE se entregó por entero a la simulación electoral". El 28 de agosto de ese año acusó al TEPJF de "convalidar el fraude y respaldar a los delincuentes que nos robaron la elección presidencial", en suma: "Un verdadero golpe de Estado".
En 2012 López Obrador volvió a perder, alegó fraude y publicó otro libro. Para la presente elección viene preparando el terreno años atrás. El 4 de abril de 2014 aseguró que los nuevos consejeros electorales del INE son "gente sin dignidad, no tienen ni una pizca de decoro". El 15 de abril de 2015, en Naucalpan, comentó: "Las autoridades electorales se hacen de la vista gorda en la compra de votos porque están al servicio de la mafia". Y otra vez el 7 de abril en Veracruz: "El Tribunal y los del INE ya ni la amuelan, o sea, están muy subordinados a la mafia del poder". El 21 de mayo de 2017, en Saltillo, afirmó que la "Fepade, el Tribunal y el INE son pura faramalla". El 12 de agosto de 2017, en Ramos Arizpe, aseguró que "tanto funcionarios del INE como magistrados del Tribunal están ahí para legitimar fraudes". El 22 de septiembre de 2017 volvió a esa idea recurrente: las autoridades electorales son "instrumentos al servicio de la mafia del poder".
A lo mejor algo me perdí de la trayectoria de López Obrador y no pude ver sus evidentes contribuciones a la democracia mexicana, a menos que entre esas contribuciones sus adherentes incluyan: rechazar cualquier resultado que no lo favorezca, reclamar siempre fraude, hacer caravanas y plantones, difamar a los árbitros (en todas las instancias: municipales, estatales, federales) y mandar al diablo sus instituciones.
Si esta ha sido la actitud de López Obrador hacia los árbitros y tribunales electorales, cabe suponer que no tendrá el menor respeto hacia esa institución si llegara a la presidencia, y que no descansará hasta haber sustituido a sus miembros actuales por otros más afines 'al Pueblo'; es decir, a él.