Leer es poder

El candidato de la ira

Para erradicar la violencia producto del resentimiento se debe evitar destruir la imagen y la voz de los otros. Es decir, desterrar los calificativos del odio, labor nada sencilla para AMLO.

López Obrador o el rencor social. No la cabeza sino el hígado decidirá la elección. El enojo, la ira. La frase 'el mexicano está harto de la corrupción' se ha vuelto un lugar común. El hartazgo no tiene la cabeza fría.

¿Para qué sirve la ira? Para el desahogo y la venganza. El resentimiento no construye nada, pide culpables reales o supuestos. El sacrificio de chivos expiatorios para calmar la furia. Naturalmente, como Trump en Estados Unidos, López Obrador ha azuzado el resentimiento social. Lo escuché decir, hace pocos días, en el programa Tercer Grado, que él no veía a la gente enojada sino contenta. Es una percepción errónea. Según la encuesta Trust Barometer publicada en febrero, 67 por ciento de los mexicanos piensa que el sistema les ha fallado. Esa frustración el candidato de Morena la ha transformado en ira para capitalizarla en votos. Un tigre electoral. "Si se atreven a hacer un fraude –dijo López Obrador en la pasada Convención Bancaria en Acapulco– a ver quién va a amarrar al tigre". ¿Y quién decidirá si hubo o no un fraude? No el INE o el Tribunal Electoral. La decisión la tomará sólo él.

Cualquiera que haya expresado en las redes sociales comentarios críticos sobre López Obrador ha padecido la experiencia: llueven insultos, amenazas y descalificaciones.

El candidato del odio. A los periodistas que no son afines a su causa les ha llamado "zopilotes" y "voceros de la prensa inmunda", a los intelectuales críticos "fifís y deshonestos", a los empresarios "rateros", a los ministros de la Suprema Corte "maiceados", a todos los que no comulgan con él "mafiosos". Esta es la buena nueva que difunde el 'candidato de la esperanza'. Y eso que está contenido por estar en campaña. "Cuando gane –ha dicho en varias ocasiones– ya verán lo que voy a decir…"

El odio desde el poder genera en las bases un odio sin control. La semana pasada en Tabasco, al grito de "Viva Morena" y "Muera el gobierno", lincharon y quemaron a un presunto ladrón (el horrible video puede verse en Milenio). La polarización social –el pueblo bueno vs. la mafia del poder– genera un clima ominoso. Las despreciables declaraciones recientes del periodista Ricardo Alemán son fruto de ese clima. Quien siembra vientos recoge tempestades.

Es muy ingenuo pensar que el triunfo electoral desactivará en automático el ambiente de crispación y resentimiento. "No voy a perseguir a nadie", "no soy un hombre de venganzas", ha dicho el candidato de Morena. Pero también dijo en 2012 que si perdía la elección se retiraba de la política. Y en 2006 aseguró que respetaría el resultado de la elección. ¿Podemos creerle ahora a un hombre acostumbrado a mentir?

El resentimiento que ahora capitaliza López Obrador tiene su origen en el sentimiento reprimido de injusticia ante el latrocinio y corrupción de la clase gobernante, que ha sido constante y descarado. Un sentimiento exacerbado por la impunidad reinante. Se trata de una emoción negativa y hostil cuya represión continua produce rencor. El resentimiento por lo regular sólo produce alivio en la venganza. Al desahogarse el resentimiento se diluye. Si no tiene salida ese sentimiento hostil se acumula y se transforma en veneno y amargura. El ofendido al vengarse se iguala con su ofensor y esa igualdad lo apacigua. Existen, por supuesto, formas de aliviar el resentimiento en una democracia: la justicia pronta, la principal.

¿Qué puede pasar si la sociedad no encuentra forma de desahogar su descontento luego del triunfo de su candidato? A pesar de lo que López Obrador promete, es absolutamente ilusorio que al día siguiente de su toma de posesión los políticos dejen de robar, los criminales depongan su violencia y la inseguridad decrezca. La inercia de la violencia seguirá su marcha pese a la fe que el candidato y sus fieles tienen en sus poderes taumatúrgicos. El resentimiento, si no hay cambios rápidos y efectivos –y difícilmente los habrá–, puede trocarse en violencia colectiva. Para detener esa ira social históricamente se ha recurrido al sacrificio ritual del chivo expiatorio.

Lucía Solís Tolosa, estudiosa del resentimiento, afirma que para evitar la violencia producto del resentimiento se deben "evitar cuidadosamente los relatos que destruyen la imagen y la voz de los otros". Es decir, desterrar del discurso del poder los calificativos del odio. Una labor nada sencilla para quien está acostumbrado a tachar de mafiosos de a todos los que no piensan como él.

Seguro de su triunfo, López Obrador ha dejado de lado su discurso conciliador. Ha vuelto el insulto y la descalificación artera. Desactivar el rencor que ha cultivado por años no será tarea sencilla. Luis Echeverría, para justificar la ineficacia de sus primeras acciones de gobierno, activó el terrible recurso de la matanza (10 de junio) y culpó de ella a "los emisarios del pasado". Modelo de López Obrador en lo económico y lo social, tanto que lo animó a afiliarse al PRI en 1976, cabe esperar que no lo sea también en el manejo del resentimiento colectivo.

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