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El nacimiento de un mundo nuevo

Los movimientos estudiantiles de 1968 tenían un propósito: la revolución; no lograron cambiar un sistema considerado monótono, superficial y conservador, peros sus ideales transformaron el mundo.

Hace 50 años una serie no coordinada de movimientos juveniles se propuso transformar el mundo. No lo logró entonces. Luego de meses de intensas movilizaciones, ningún gobierno cambió sus políticas. En 1968 no cayó ningún gobierno. Pedían los jóvenes revolución, pero en ningún caso se llevó a cabo una revolución. Fracasó el movimiento en su tiempo, pero su influencia ha sido amplia y duradera.

Un movimiento juvenil de países ricos como Francia, EU, Alemania, Japón e Italia; de países comunistas como Polonia y Checoslovaquia; y de países autoritarios y semiautoritarios como España y México. Una constante en todos los casos: manifestaciones pacíficas seguidas de brutalidad policiaca que derivaron en manifestaciones mayores. Quizás el mayor logro del 68 haya sido el de sustituir la violencia con el diálogo. No golpear, negociar. Esto a pesar de que el efecto inmediato del 68 haya sido justo el contrario, como lo evidencia la formación de grupos guerrilleros en los años setenta: el Ejército Rojo alemán, las Brigadas Rojas italianas, ETA en España, la Liga 23 de septiembre en México, entre muchos otros.

Las acciones más extremas del 68 no ocurrieron en París o en Berlín, sino en Praga y en la Ciudad de México. Díaz Ordaz creía que se trataba de un movimiento instigado en última instancia por los soviéticos, mientras que los soviéticos creían que la Primavera de Praga era un movimiento alentado por las potencias occidentales. Esa ceguera ideológica condujo en Checoslovaquia a la invasión soviética y en México a la matanza en Tlatelolco.

Si bien es cierto que cada uno de los movimientos juveniles que ocurrieron en 1968 estaban desarticulados, no deja de ser sorprendente la aparición de rasgos comunes en todos ellos. Esto se pone de relieve en el libro 1968: el nacimiento de un mundo nuevo, de Ramón González Férriz (Debate, 2018). Gobiernos excesivamente burocratizados, policías particularmente violentas, instituciones rígidas, economías prósperas, crecimiento de la clase media, por un lado; emergencia de una nueva generación –"ingenua, arrogante y con buenas intenciones"–, por el otro. El telón de fondo de los movimientos juveniles del 68 fueron la guerra Fría y la invasión de Vietnam, en ambos casos, situaciones derivadas de la Segunda Guerra Mundial.

El libro de González Férriz da seguimiento puntual a los sucesos de ese año en las nueve ciudades en la que se desbordaron los acontecimientos: París, Nueva York, Berlín, Roma, Tokio, Varsovia, Praga, Madrid y México. Los jóvenes creían que el mundo rico y feliz en el que vivían era una forma soterrada de autoritarismo; que la libertad de que gozaban era falsa y que el palpable progreso era fruto de la explotación. No eran comunistas, aunque en casi todos los casos se trató de movimientos de izquierda, salvo en Checoslovaquia.

Aunque ahora queramos verlos como movimientos democráticos, lo cierto es que tenían en mente la revolución, no la democracia. También suele considerarse que fueron movimientos igualitarios, cuando lo cierto es que eran movimientos machistas. "Todos los líderes eran varones". Ideológicamente ambiguos, sus ideas derivaban principalmente de una mezcla de marxismo y de un romántico rechazo a la sociedad industrial. Ni siquiera los protagonistas de las revueltas conocían los objetivos del movimiento: "Sabían lo que estaban haciendo; pero no para qué", dice González Férriz.

Fue claramente una crítica al capitalismo. El sistema les parecía entonces "monótono, superficial, conservador, opulento, conformista, vacío, hipócrita, estrecho de miras, reprimido y sumiso". Pero, sobre todo, tedioso. Lo auténtico había sido sustituido por el espectáculo y la mercancía (Guy Debord). Para esa generación, Vietnam era "emblema global de todo lo que estaba mal en la mirada occidental hacia el mundo".

Los gobernantes que enfrentaron en su tiempo estos sucesos (Lyndon B. Johnson en EU, Charles de Gaulle en Francia, Gustavo Díaz Ordaz en México) creían estar frente a un plan internacional perfectamente concertado. "Todo parecía coreografiado: cada día aparecían más estudiantes, se les reprimía con más agentes, más organizaciones se solidarizaban con los manifestantes y se sumaban a las convocatorias". Lo cierto es que si los policías de los diferentes países no hubieran actuado con brutalidad, "con toda probabilidad el movimiento se habría disuelto". Bastaba haberlo tolerado.

"Las revueltas del 68 –señala González Férriz– no tuvieron un éxito político inmediato". Desde el punto de vista institucional, los movimientos del 68 "fueron poco más que una molestia". Sus principales ideas –el cuestionamiento al principio de autoridad, la libertad sexual, el diálogo en vez de la violencia– forman parte del pensamiento de nuestro tiempo. Fueron realistas, pidieron lo imposible, resultaron vencidos en su tiempo, pero a la larga sus ideas transformaron nuestro mundo.

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