Leer es poder

La mancha negra del individualismo

En una sociedad libre cada quien debe buscar la felicidad a su modo. El Estado es un mal necesario, no un padre, no un pastor, asegura Fernando García.

Toda moral es una forma de control, una forma de poder. Por eso López Obrador necesita una "Constitución moral". No le bastan los superdelegados, el control de las cámaras, la incondicionalidad de su partido, la mansedumbre de los periodistas bienportados. Hace años lo dijo muy claro: "El movimiento soy yo". La "Constitución moral" forma parte de ese anhelo totalitario. Quiere decidir qué es el bien y qué es el mal. Quiere que el pueblo sea feliz (a su modo).

En campaña dijo que bastaba su ejemplo impoluto para que los gobernadores dejaran de robar y los burócratas de corromperse. Al parecer no es suficiente con su sólo ejemplo, hay que legislarlo, tallarlo en piedra, imprimirlo en una Constitución, grabarlo en las Tablas de la Ley, ¿para qué?

Ya no está en campaña, ya es Presidente electo. Dentro de poco cruzará la banda presidencial su pecho. Desde ahora conviene tener claro qué pretende. No, desde luego, conformarse con gobernar bien, con justicia y entregar buenas cuentas a su sucesor. Pretende transformar al país, y no sólo a sus instituciones, quiere transformar de raíz a los mexicanos, transformarlos en lo más íntimo, en sus ambiciones y esperanzas más profundas. No ambiciona ser sólo un estadista, qué vulgaridad. Anhela la hermandad de todos los hombres. "Debemos construir una fraternidad universal, más humana y espiritual, con todos los pueblos del mundo". No importa que la historia muestre que todos los intentos de volver obligatoria la fraternidad hayan terminado en un mar de sangre. "Al discurso del odio hay que responderle con el principio espiritual del amor al prójimo", dice, investido ya en su papel de predicador.

Olvidémonos de las refinerías y de los trenes que atravesarán la selva sin talar un solo árbol. "Lo primero es construir, aquí en la tierra, el reino de la justicia y de la fraternidad universal". México, al poco tiempo, le quedará pequeño. No es como Echeverría, que sólo quería presidir la ONU. Su anhelo es "vivir sin muros, pobreza, miedos, temores, discriminación y racismo en todo el mundo". Porque sepan ustedes, escépticos lectores, "que nada ni nadie podrá impedir que triunfe la causa de la justicia y la fraternidad universal". (Esta y el resto de las citas del presente artículo están tomadas de Oye, Trump. Planeta, 2017).

Mencionar la palabra mesiánico en este contexto de alta espiritualidad es casi de mal gusto. Lo suyo es un impulso ético: "El ser humano –pontifica– no es malo por naturaleza; si se le impulsa a la reflexión y a la empatía, actúa con inteligencia y descubre su bondad interior". ¿Y por qué tiene que preocuparse un gobernante por la bondad interior de sus gobernados? Lo votaron para que ejerciera de presidente, no lo eligieron, quiero creer, para ser pastor de almas. Porque de eso se trata, de redimir nuestra alma pecadora, de enderezar el torcido tronco de la humanidad. ¿Crecer el PIB? ¿Elevar los índices de confianza del consumidor, estimular la industria, robustecer la Bolsa? No, "la verdadera felicidad no reside en la acumulación de bienes materiales, títulos o fama, no se obtiene con la prepotencia, sino con el bienestar del alma".

¿Y si uno no cumple con lo que dictan las leyes de la Constitución moral? Se convierte entonces en un ser abominable, en una aberración social. "Al gran poeta José Martí –dice López Obrador– le resultaban 'abominables los pueblos que, por el culto de su bienestar material, olvidaban el bienestar del alma'".

O buscas la felicidad o te abomino. No la felicidad individual. De lo que está hablando es de la felicidad colectiva. Si actúas con egoísmo, si sólo piensas en tu beneficio personal, si no colaboras con el bienestar del pueblo, para eso estará la ley plasmada en la Constitución moral. Afirmé al principio que toda moral es una forma de ejercer el poder. La abominación moral del egoísta tendrá sanción, o será una burla.

Durante un tiempo pensé que el objetivo de su perorata moralina era fortalecer su discurso anticorrupción. Tenía sentido. López Obrador no confía en las nuevas instituciones dedicadas al combate a la corrupción ni en los instrumentos de la transparencia. Era preciso, desde su óptica, apuntalar el edificio de la honestidad con sólidos pilares morales. El centro de su combate sería "la mancha negra del individualismo, la codicia y el odio". Sólo impulsando una moral colectivista podría reconstruir el desgarrado tejido social.

Luego de volver a revisar sus discursos, fuera del contexto de la campaña electoral, caigo en cuenta de que su propósito es otro, desmesurado: la fraternidad y justicia universal. Algunos pueden considerar esto una noble aspiración, a mí me parece un propósito rayano en el delirio.

Queremos buen gobierno, no la salvación. En una sociedad libre cada quien debe buscar la felicidad a su modo. El Estado es un mal necesario, no un padre, no un pastor. Contrario a Martí, juzgo abominable que el gobierno trate de ver por el estado de mi alma, esa entelequia de 21 gramos de nada.

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