Debate Puntual

La libertad de expresión no es cuestión de enfoques

Fernando Hernández Marquina indica que el caso de Trump enfrentando al periodista de CNN y el de AMLO y su esposa contra periodistas mexicanos muestra que continúa la batalla por la libertad de expresión.

Se creía una batalla ganada con las redes sociales. Cualquier ciudadano con acceso a internet podría participar en distintos foros en los que, libremente, expresaría sus opiniones más sinceras, con los poquísimos filtros que existieran en el momento, ejerciendo un derecho universal y fundamental para la democracia sin arriesgar a ser silenciado o descalificado.

Conforme pasa el tiempo, las propias redes han necesitado de regulaciones para evitar que la libertad se transforme en interferencias a procesos electorales, divulgación de material racista o discriminatorio, violento o hasta reprobable para las audiencias. Su lucha más reciente es para erradicar las noticias falsas.

Desafortunadamente, la batalla por la libertad de expresión continúa encontrando resistencias, y las más preocupantes vienen de personajes que ostentan algún tipo de poder. Dos casos resaltaron en días recientes y los comparto con ustedes.

El primero, replicado a nivel mundial, es el caso, una vez más, de Donald Trump.

En medio de una conferencia de prensa, sostuvo una discusión con un reportero de la cadena CNN, a quien quisieron arrebatarle el micrófono mientras cuestionaba duramente al mandatario. En días siguientes, la Casa Blanca quitó la acreditación al periodista, argumentando que éste había forcejeado con una joven del staff de la oficina presidencial y presentó un video -que los medios acusan de haber sido editado- para respaldar su decisión.

El segundo caso, con resonancia a nivel nacional: el episodio en el que el Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, Jenaro Villamil y demás personajes cercanos o afines al líder de Morena, descalificaron una portada y un artículo del semanario Proceso, conocido por su línea editorial crítica contra el poder. Entre las palabras con los que atacaron a la publicación estaban: conservadora, sensacionalista, inmoral, mierda y hasta chingadera. El ataque contra Proceso por parte de la izquierda podría catalogarse como histórico, ya que fue desde sus trincheras donde se gestó el nacimiento de ese medio, y muchos de los personajes que hoy lo atacan, en años anteriores, lo usaron como su propio bastión y medio de referencia para atacar al poder en turno, y para defender sus intereses políticos, particularmente en años recientes, los de López Obrador. Los ataques al medio, como sucede por parte de miles de cuentas en redes sociales afines a Morena, no sólo son parciales y subjetivos: muchos de ellos también intentan intimidar por medio de agresiones y palabras altisonantes.

Ambos episodios resultan preocupantes en una era en la que el periodismo parece estar, una vez más, bajo acecho del poder, ya sea político o económico. Cuando una persona ostenta el poder desde la presidencia o en la antesala a los más altos cargos gubernamentales de una nación, su actitud no puede ser de ataque contra los medios de comunicación ni contra los periodistas. Que un líder tenga la posibilidad de llamar "hechos alternos" o "prensa fifí" al trabajo que realizan los medios no puede ser tomado a la ligera. Poner en entredicho la información sin demostrar que no es veraz, confrontarla sólo porque incomoda, son atentados contra los derechos de los ciudadanos a la libre expresión y a la información, y un ataque directo contra la democracia. Contrario a los que quieren moldear la opinión pública a su conveniencia, la libertad de expresión no es una cuestión de enfoques.

En el caso estadounidense, no es nueva la actitud de Trump contra sus críticos, a quienes ridiculiza, o desacredita. En el caso de Andrés Manuel tampoco sorprende. Recordemos la Marcha por la Paz en la Ciudad de México, en la que ciudadanos exigían mayor seguridad, y el entonces Jefe de Gobierno, responsable de atender dicha demanda, prefirió denostar el ejercicio ciudadano llamándolo "marcha pirrurris". Lo mismo ocurrió cuando se anunció la manifestación para este 11 de noviembre, en defensa del aeropuerto de Texcoco: la respuesta del Presidente Electo fue de corte político, defendiendo su decisión y la decisión de 700 mil mexicanos, y aseverando que la protesta era organizada por los empresarios interesados en la continuación de la obra del NAIM.

López Obrador tiene algunos días, previo al cambio de gobierno, para detener la división entre los mexicanos y comenzar su mandato como debe: gobernando para quienes lo apoyan lo mismo que para sus opositores. Como discurso de campaña, le fue muy útil proponer una separación de clases y de ideologías políticas, que propiciaron discordia y ataques verbales en redes sociales, replicando un discurso que sobrevive hoy en día. Mientras sectores de la sociedad definen a sus contrapartes como chairos o fifís, el Presidente Electo debe recordar que el periodo electoral ha terminado, que gobernará para más de 120 millones de mexicanos. El primer reto que enfrentará el 1ero de diciembre no es político ni emerge de la oposición; radica en aprender a administrar el poder, que será prácticamente absoluto al inicio de su mandato, y ser respetuoso tanto de las leyes como de todos sus gobernados.

Donald Trump ya sufrió un revés en las elecciones intermedias de la semana pasada: los demócratas ahora dominan la Cámara Baja y esto puede suponer un freno para algunas de las muchas ambiciones del multimillonario mandatario. Si AMLO no cambia el rumbo de su discurso y se niega a respetar la libertad de expresión de sus opositores o críticos, podría ver revertida su holgada ventaja política en los comicios de los años venideros y, más importante aún, enfrentaría todos los problemas que emergerán de fomentar la división de los mexicanos.

Como ciudadano, los invito a que sigamos haciendo un Debate Puntual al respecto, y hago votos para que el próximo gobierno mexicano entienda su labor como una de construcción de un país igualitario, competitivo, respetuoso dentro y fuera de sus fronteras, con oportunidades para todos, una economía sólida y capaz de fomentar el crecimiento de cada mujer y hombre nacido en esta tierra. La división ha traído escenarios lamentables en Estados Unidos, y es algo que, definitivamente, no queremos ni necesitamos replicar aquí.

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