Debate Puntual

México no cambiará de la noche a la mañana

Fernando Hernández Marquina reflexiona sobre cómo las propuestas asistencialistas de AMLO no cambiarán a México.

Proceso electoral, momento de reflexión y de análisis. Al menos así debería de ser. La realidad es que hoy todos nos encontramos en la encrucijada electoral más grande de nuestra historia. Estamos a 33 días de participar en la votación más importante para nuestras familias, para las personas que están cerca de nosotros y para nosotros mismos. El momento es crucial. ¿Cómo enfrentaremos ese día? ¿Con hartazgo y ánimo adverso o con una decisión razonada que no afecte todo lo que en conjunto hemos avanzado?

Ante la duda creciente, en estos días encontramos distintos videos de empresarios, catedráticos, ciudadanos como tú y como yo, preocupados por lo que nos puede suceder como nación. Lo que la mayoría nos trata de explicar es que nuestro país no puede ni podrá cambiar de la noche a la mañana, tal y como algunos candidatos lo proponen.

Con este encono social, López Obrador aprovecha una vez más para atraer la atención de un sector de los votantes con base en discursos contradictorios y ambigüedades que le sirven para ganar votos, sin que llegue a importarle si el costo es la división entre los mexicanos o la pérdida del patrimonio de la mayoría; si su triunfo implica el entierro de la democracia o el regreso a los fracasos del pasado.

No culpo al electorado: a primera vista, las propuestas de AMLO pueden parecer atractivas. Becas, apoyos generalizados, menos impuestos, disminuir el costo de la gasolina (si bien no es algo que se logre por decreto), amnistía a delincuentes y políticos corruptos: con cada promesa, López Obrador y su equipo en Morena dan tiros de precisión a un sector de la población que todavía cree en el paternalismo del gobierno como forma de supervivencia, y a otro sector más amplio que desconoce cómo funciona la economía a nivel nacional, y qué tan costoso puede ser implementar en la vida real un paquete asistencialista como el que propone Andrés Manuel.

El asistencialismo parece inofensivo desde el discurso: el dinero del gobierno llega en forma de apoyos a los ciudadanos que lo necesitan. ¿Qué podría salir mal? Contrario a lo que cree el grueso de la población, los programas sociales no son una solución a las necesidades de los que menos tienen. Como dijo hace unos días José Antonio Meade: "los programas sociales son una vía transitoria para asegurar ingreso, seguridad social, salud, educación, alimentación y vivienda", sí, pero cumplen una función específica mientras, de forma paralela, el Estado genera más oportunidades de desarrollo, crecimiento e igualdad.

El mejor camino hacia la igualdad, no me cabe duda, es a través de la educación, la inversión y desarrollo tecnológico, la competencia económica, generación de empleo, servicios de salud al alcance de todos, y un marco legal que permita tener a nuestro país en el radar mundial. Todo lo anterior se logra manteniendo los indicadores macroeconómicos estables y en crecimiento, finanzas públicas sólidas; mejorando e incrementando los tratados de libre comercio con más naciones; con un sistema educativo que incorpore maestros mejor evaluados, más horas de estudio y desarrollo de habilidades en otros idiomas y tecnologías de la información. Por lo anterior, podemos deducir que, sin todos los valores antes mencionados, el rumbo de nuestro país es incierto. Derogar la Reforma Educativa, nacionalizar la producción, concentrar los recursos públicos en regalar e inventar programas de asistencialismo, como lo propone López Obrador, es peligroso para el futuro de los mexicanos.

Ningún gobierno puede lograr una reestructura total de un país, para bien o para mal, en un sexenio. Las posturas de Andrés Manuel hablan de intolerancia, desconocimiento de los procesos y de las instituciones, necedad… En términos simples, el borrón y cuenta nueva que nos promete, sin duda alguna, sería más caro para el país y además pondría en riesgo nuestra estabilidad macroeconómica y el respeto de la comunidad internacional.

Es falso lo que plantea López Obrador de que nuestras instituciones necesiten reformarse por completo. Como se hace cada sexenio, se debe hacer un balance de lo que funciona, de lo que necesita modificarse y de lo que puede comenzar a erradicarse. Hay un candidato que sí tiene muy claro eso, y lo ha experimentado en carne propia los últimos 20 años: José Antonio Meade, más allá de banderas partidistas u ocurrencias politiqueras, ha estudiado al país, a las instituciones, y ha planteado e implementado los cambios necesarios en las secretarías a su cargo. Como presidente, tendrá un panorama más amplio y más herramientas para aplicar cambios de fondo en donde sea necesario. Las propuestas de Meade son, por mucho, más sensatas y viables que las de Obrador, y están mejor orientadas a mantener la estabilidad económica y a buscar el crecimiento del país.

En una carrera que se antoja más bien maratónica, ¿por qué creerle a Andrés Manuel cuando dice que sólo va a gobernar por seis años? En particular cuando su plan de gobierno tardaría tres o más sexenios en tener forma… ¿Debemos tomar su palabra como empeño? Un hombre que ha luchado más por el cargo de presidente que por arreglar los problemas del país, que durante 12 años hizo campaña personal, que creó su propio partido político para darle forma a su ambición, no parece el tipo de hombre que va a abandonar el cargo tras un sexenio.

Para gobernar un país se requiere de experiencia, temple e ideas bien claras. Nada de eso caracteriza a López Obrador. Votar por encono o por castigo resultará más perjudicial para todos nosotros, para nuestros hijos y para México. Un Debate Puntual sobre la viabilidad de las propuestas, sobre la experiencia de los aspirantes y, en particular, sobre la importancia de estudiar el voto y no de ejercerlo como un acto de fe, son puntos clave para asegurar un futuro estable y de mejores condiciones para toda la población.

COLUMNAS ANTERIORES

La impotencia desde la pluma
Presupuesto 2020, la oportunidad de la 4T

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.