Jacqueline Peschard

El deslinde

La renovación de la directiva del PRI a favor de un reconocido militante y dirigente como Juárez Cisneros es una suerte de deslinde de Meade respecto de Peña Nieto.

Desde una perspectiva racional, el relevo en la presidencia del PRI es más que una medida desesperada de José Antonio Meade por dar una vuelta de tuerca a su campaña electoral. Es un deslinde implícito frente al presidente Peña Nieto.

La llegada de René Juárez Cisneros en sustitución de Enrique Ochoa es un reconocimiento de que si bien el PRI es un partido profundamente desprestigiado, es un aparato con vida propia, con cuadros y operadores políticos experimentados y todavía con cierta militancia y base social, sin el cual no es posible armar una campaña electoral. A diferencia de su antecesor, cuyas credenciales más claras eran su cercanía con Peña Nieto, René Juárez es un político con una larga trayectoria en cargos de representación, así como en responsabilidades gubernamentales en los ámbitos tanto estatales como federal; es decir, es un político y un hombre del partido.

En el marco del profundo descrédito del PRI, la candidatura de José Antonio Meade estuvo cifrada en una doble pretensión: 1) que el presidente de la República es el líder máximo del partido y que este es el brazo político a su servicio; y 2) que dado el deterioro de la marca priista había que apostar a una candidatura sin militancia. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría durante la fase de la hegemonía del PRI, en la que una vez que se definía al candidato presidencial con la bendición del presidente en turno, toda la estructura partidista se volcaba en apoyo del agraciado, hoy esa imbricación entre el partido y el presidente ya no es automática, en buena medida porque el PRI ya no tiene asegurado mantener el control de la más alta magistratura. Ahí está la gran diferencia.

La competencia y la pluralidad que nuestra democracia aún germinal ha traído a nuestra vida política, no impidieron que cuando el PRI recuperó la presidencia, en 2012, volviera a apostar a que la relación de ésta con aquel volviera al esquema del pasado, en el que el aparato partidario le debía lealtad total al presidente. Es por ello que durante estos seis años, en una clara subordinación al jefe del Ejecutivo, se centralizaron las decisiones sobre los cargos directivos del partido, sobre los candidatos que se postulaban, e incluso sobre los contenidos de sus estatutos para permitir la llegada de un candidato presidencial al margen de su estructura.

Mucho se ha dicho que el gran problema de Meade es que tiene que cargar sobre sus hombros la loza de la anquilosada y vilipendiada maquinaria priista. Hay que recordar que algunas encuestas ubican el rechazo ciudadano a dicho partido (por el que nunca votarían) por encima de 45 por ciento. De ahí que el cálculo fuera optar por un candidato ajeno al partido para privilegiar sus habilidades técnicas, su experiencia en la gestión pública y su honradez. ¿Cómo explicar entonces el cambio en la dirigencia del PRI que el propio Meade atribuye a una decisión propia?

La llegada de René Juárez al tricolor es un gesto de conciliación con los grupos políticos vinculados al partido, como el del propio Osorio Chong, pero también es un reconocimiento a la estructura y a la militancia que se sintieron agraviadas por la imposición de candidatos y dirigentes provenientes de los grupos allegados a la presidencia, con un tácito desprecio hacia los cuadros priistas. La candidatura presidencial se procesó en Los Pinos dando por un hecho que toda la organización partidista se alinearía disciplinadamente con el candidato 'sin partido', lo cual ocurrió en el plano formal y discursivo.

La renovación de la directiva del PRI a favor de un reconocido militante y dirigente como Juárez Cisneros es en realidad una suerte de deslinde de Meade respecto de Peña Nieto, aunque muy probablemente la maniobra fue acordada con el presidente de la República. Es difícil pensar que el cambio sea suficiente para remontar la gran diferencia que actualmente existe entre las intenciones de voto a favor de Meade y las del candidato puntero, pero visto desde una perspectiva menos coyuntural y de más mediano plazo, puede servir para ayudar a recomponer al otrora partido hegemónico, no sólo de cara al papel que jugará en el próximo gobierno federal, sino respecto del futuro de dicho partido, que ha sido una pieza importante de articulación política en nuestro país.

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