Opinión

El laberinto de Meade

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José Antonio Meade fue elegido por no ser priista. Pero, una vez ungido, se le ha estado pintando, un día sí y otro también, tricolor. El propio candidato está convencido que debe ser acogido por los priistas y así lo ha solicitado.

La estrategia es fehacientemente contradictoria. Una posibilidad alterna habría sido presentarlo como candidato multicolor de la coalición PRI-Verde-Panal, con el argumento simple y llano de que el partido en el poder, por sí sólo, no puede obtener la victoria.

Ahora bien, aunque no es priista, su participación en el gobierno de Peña Nieto es insoslayable. No sólo eso. Meade pasó de Desarrollo Social a la Secretaría de Hacienda. Pero no es lo mismo ser quien derrama recursos, que el que impone impuestos y defiende el gasolinazo. Vale recordar, a contrapunto, la forma en que Salinas de Gortari fue armando la candidatura de Colosio: primero, presidente del PRI y, luego, secretario de Desarrollo Social.

Meade enfrenta, además, un reto de orden personal. Nunca se visualizó como político, sino como funcionario neutro y eficiente. Nunca se propuso, en consecuencia, alcanzar la presidencia de la República. Y ahora debe dar ese salto.

El escenario se complica más si se asume, como es la realidad, que Peña Nieto tuvo la capacidad de elegirlo, pero no puede asegurarle la victoria. Las coordenadas del destape y las lealtades son otras. Meade enfrenta, por lo tanto, un doble reto: brincar a la política y convertirse en un candidato atractivo.

El precedente más cercano remite a Ernesto Zedillo. Como secretario de Educación nunca buscó la presidencia ni su nombre figuró entre los posibles candidatos. Su unción fue efecto de la tragedia. Pero, aun así, eran otros tiempos. Salinas era un presidente fuerte, no había habido alternancia y el PRI se había recuperado del shock del 6 de julio del 88.

Hoy el panorama es radicalmente distinto. El PRI se ha debilitado constantemente, la alternancia en los estados se ha multiplicado, el presidente es muy impopular, hay un malestar generalizado y la mayoría de los electores quiere un cambio.

La paradoja de esta historia es que la resurrección de López Obrador no es obra del líder de Morena, sino de los excesos, los errores y la corrupción del gobierno federal y los gobernadores priistas, cuyos ejemplos más conspicuos son Javier Duarte, César Duarte y Roberto Borge.

Nada de esto es sorpresa. El famoso artículo de The Economist, que señalaba que el gobierno no entendía que no entendía, advertía que se le estaba pavimentando el camino al populismo. Hoy, López Obrador encabeza las encuestas y, aunque no ha ganado la contienda, tiene altas probabilidades de alcanzar la presidencia.

Por otra parte, es cierto que la corrupción no es monopolio del PRI, pero, siendo el partido en el poder, concentra toda la rabia en una consigna: que se vayan. Amén que los excesos que se han visto este sexenio no tienen precedente. Y eso sin contar la posibilidad que durante la campaña se ventilen más actos de corrupción.

El hecho es que el PRI y el gobierno de Peña Nieto son una pesada losa. La cuestión, entonces, es que si efectivamente Meade no diera el ancho, por un brinco malogrado a la política o simplemente por ser un candidato anodino, la marcha atrás para sustituirlo por un priista, como Aurelio Nuño u Osorio Chong, no sacaría al tricolor del problema en que encuentra.

Así que si el PRI no logra posicionarse en el segundo sitio, el gobierno de Peña Nieto se enfrentará a un dilema muy sencillo: utilizar su fuerza, o no, para forjar alianzas e impedir que López Obrador llegue a la presidencia de la República.

Por lo demás, la disciplina priista menguaría de manera acelerada al no haber un nuevo sol que los reagrupara. El sálvese quien pueda y como pueda sería el santo y seña. Al mismo tiempo que brotarían aspirantes de todo tipo para quedarse con los restos del naufragio y ajustar cuentas con la facción en el poder.

Así que el laberinto de José Antonio Meade es apenas la punta visible de la crisis del gobierno y del PRI.

Twitter: @SANCHEZSUSARREY

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