Jaime Sanchez Susarrey

El reto de Meade

   

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El hubiera, ya se sabe, no existe, pero sirve para analizar el presente. Si EPN y su alter ego no hubieran cometido la serie de errores y omisiones que hundieron su credibilidad y popularidad, el candidato del PRI a la presidencia de la República sería Luis Videgaray.

La reflexión puede parecer anodina, pero vale referirla al proceso de reformas en México y todo el mundo. Las iniciativas de cambio desde el poder no responden necesariamente a convicciones, sino a cálculos pragmáticos. Se impulsan cuando resulta imposible mantener el statu quo sin pagar un costo altísimo.

La candidatura de Meade puede leerse bajo esas coordenadas. Para un candidato priista, de pura cepa o de nueva horneada, hubiera sido muy difícil remontar los negativos del PRI y convocar el voto ciudadano, para no hablar de los panistas inconformes.

La decisión de Peña Nieto, consecuentemente, en la que sin duda Videgaray tuvo injerencia relevante, es pragmática. Meade no garantiza la victoria, pero ha puesto al PRI en la pelea por la presidencia.

Sin embargo, es sólo la mitad de la ecuación. El resto dependerá de que Meade se convierta en un candidato atractivo y eficaz. Lo que supone, por una parte, habilidad para enfrentar a los adversarios en la campaña y, por la otra, la formulación de una oferta interesante.

Su perfil y su historia personal (secretario de Estado con Calderón), que incluye su apartidismo, ya han empezado a rendir frutos. Los senadores panistas rebeldes (Cordero, Gil, Lozano), Fox y la corriente que simpatiza con Calderón no tendrán empacho en votar por Meade, ya que lo prefieren a Ricardo Anaya.

Pero lo importante es que la metamorfosis que debe experimentar Meade debe ir mucho más allá de las formas que impone el terrero ignoto de la campaña. Su nombramiento le abre nuevas posibilidades y le impone también nuevas responsabilidades. No se trata de que reniegue del funcionario honesto y prudente, sino que se convierta en el líder capaz de diseñar un programa de cambio y reformas.

La tela de donde cortar en esta materia es muy vasta. Fiscalmente debe ser creativo y superar el horizonte de un simple secretario para impulsar una reforma fiscal efectiva, que contribuya al desarrollo de la inversión y el empleo. Supone, en otras palabras, revisar de cabo a rabo la reforma fiscal aprobada por PRI y PRD, bajo la égida de Videgaray.

Otro tanto se puede decir del gasto público. Si se presenta como el hombre de la continuidad, que pretende recaudar más para gastar más, sin hacerse cargo del dispendio, la irresponsabilidad y la corrupción que privan en los gobiernos federal, estatal y municipal, confirmará que no es lo mismo ser funcionario que líder de un proyecto transformador.

La misma regla aplica, notablemente, para los programas de bienestar social y subsidios que otorga el Estado. En los primeros rige el clientelismo, el burocratismo y la duplicación absurda. En lo segundos, el compadrazgo y las camarillas. Revisar y poner orden en ese mundo que Meade conoce bien –por haber estado en Sedesol y Hacienda– debe ser una prioridad.

En lo que se refiere a las grandes omisiones de este sexenio, que son en buena medida las que lo llevaron a la candidatura, tiene que tener una oferta creíble y tangible en materia de seguridad y fortalecimiento del Estado de derecho. Más allá de postular el fortalecimiento de las instituciones, así en general, debería fijar metas cuantificables.

Ante el gravísimo problema de la corrupción, no basta que esgrima su pasado y se presente como un funcionario honrado, porque eso, por sí solo, no garantiza la eliminación de ese cáncer. De forma tal que debe asumir un compromiso total y público con el Sistema Nacional Anticorrupción, con la fiscalía autónoma, y con los recursos que se requieren para reformar el sistema de justicia.

Sin un proyecto consistente, no habrá un gobierno de cambio. Aunque ya se sabe que el programa, en sí mismo, es sólo una condición necesaria, no suficiente, de un gobierno transformador. Por lo pronto, Meade tiene la oportunidad de formularlo. Ya se verá si la aprovecha o no.

Finalmente, vale reiterar que nadie tiene amarrada la victoria ni se puede hacer una predicción de quién será el candidato que le dispute la presidencia a López Obrador. Ambas monedas están en el aire.

Twitter: @SANCHEZSUSARREY

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