Jaime Sanchez Susarrey

San Andrés, el predicador

    

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"Queremos el bienestar de tu alma, porque no sólo de pan vive el hombre". Hay frases que se acuñan para la posteridad. Ésa es una. No son necesariamente memorables, pueden ser irrisorias o monstruosas. La de López Obrador debe ir al museo de lo grotesco.

Hay que admirar, sin embargo, su persistencia y capacidad de superarse a sí mismo. El revuelo que se armó en las redes sociales por su alianza con el PES fue liquidado con una sola sentencia: no hay contradicción entre ser guadalupano y juarista.

Y, en efecto, AMLO no ve contradicción alguna porque jamás ha entendido la esencia del liberalismo. Su juarismo es, en realidad, veneración por la historia de bronce. Leyó el siglo XIX no como una confrontación de ideas, sino de personajes y gestas. El Benemérito en carruaje, exiliado en su patria, es la imagen que lo cautivó y luego reprodujo, como sainete, con la presidencia legítima.

Freud dixit: infancia es destino. El hijo predilecto de Macuspana creció en un recóndito municipio priista, donde pontificaba un cura, y luego se adhirió a la campaña de Carlos Pellicer para convertirse en presidente del PRI, durante el gobierno de González Pedrero, en Tabasco.

Su paso por la UNAM, que en los años setenta era un hervidero de ideas radicales, socialistas, marxistas, trotskistas y maoistas, no lo tocó ni para bien ni para mal. Nunca ha sido un personaje de lecturas ni de ideas. La modernidad como separación del espacio público y privado le es ajena.

Por eso coquetea con la religión, eso sí, de manera pedestre, llamando a su movimiento Morena y registrándose como candidato el 12 de diciembre. Pero sería una ingenuidad interpretar estos hechos como anécdotas sin importancia.

La alianza con el PES, partido evangélico conservador, es real y las consecuencias no son metafóricas. La salud del alma que predican "el rayito de esperanza" y los evangélicos pasa por prohibir el aborto, el matrimonio igualitario, la pornografía y condenar con cárcel el consumo de drogas.

Todo esto tiene un fondo antiliberal y antidemocrático. La fusión del espacio público con el espacio religioso conduce a la imposición de una religión única y verdadera, como ocurría durante la Colonia. La versión ligth de AMLO lo convierte a él en la conciencia moral que corregirá los vicios con su ejemplo y prédica, esto es, Palacio Nacional transformado en púlpito.

Por si lo anterior fuera poco, el antiliberalismo se pinta de socialismo cuando se hace a la igualdad el valor supremo y al líder moral el ejecutor de la voluntad popular. De ahí que no sea casual que personajes de su primer círculo, como Yeidckol, Ackerman, Díaz Polanco, Padierna, se declaren partidarios del socialismo del siglo XXI, y consideren que Venezuela es un ejemplo a seguir.

Se puede agregar que López Obrador es un predicador incongruente. Cómo explicar, si no, que a su izquierda esté el Partido del Trabajo, stalinista, ateo militante, y a la derecha, un partido evangélico. O, peor aún, que se declare guadalupano y pacte con los evangélicos que no son siquiera marianos.

Y en la misma línea argumentativa, que el ángel purificador, que fulminará a la mafia en el poder, se acompañe de expriistas de la vieja guardia, como Bartlett, o de personajes señaladamente corruptos, como Bejarano.

Pero esa feria de incongruencias, que incluye su descalificación de "los pirrurris blancos", mientras él está rodeado de apellidos autóctonos como Müller, Yeidckol, Sheinbaum, Poniatowska, no debe desviar la atención de lo esencial.

López Obrador es un juarista de oropel. No comprende la laicidad como esencia de la modernidad. Por eso no representa siquiera al viejo PRI. Su ADN es una fusión de mesianismo y premodernidad política. Lo que conforma una personalidad autoritaria. El que no lo entienda, es porque no quiere ver ni oír.

Remate: el poder presidencial revela la esencia de las personas. No es lo mismo antes que después. Allí están Echeverría y López Portillo. Votar por AMLO es mucho más que un riesgo. Ha dado, como dio Trump, color sin rubor en innumerables ocasiones. Esperar moderación y prudencia no es una ingenuidad, es una tontería –por decirlo muy suavemente–. Nadie puede saltar por encima de su cabeza. Ni san Andrés.

Twitter: @SANCHEZSUSARREY

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