La Nota Dura

El día en que todo cambió

“Hay un aire distinto, ya no somos los mismos, ni en Rusia ni en nuestro país, vamos a poder contar que nosotros estuvimos el día en el que todo cambió”, le dice un aficionado octogenario a Javier Risco.

Si no hubiera sido porque 10 días antes del inicio de la Copa del Mundo Brasil 2014 le detectaron cáncer, Salomón llevaría los mismos mundiales que Rafa Márquez y Antonio La Tota Carbajal juntos. El domingo cumplió su noveno Mundial como testigo presencial, el primero fue el México 70 y después con su patrimonio construido por esfuerzo y trabajo, desde el 86 ha cumplido con la cita cada cuatro años.

"Ya no tengo el mismo motor", me dice cuando le ayudo a bajar su maleta del vuelo Moscú-Roma. Le cuesta trabajo el recuerdo, pero dice que de todos los mundiales el que más ha disfrutado ha sido el de Francia 98. "Ahí jugamos con ganas, al final nos achicamos, pero justo eso es lo que ha cambiado después del partido del domingo, la victoria contra Alemania fue como el temblor… nos cambió a todos, nos cambió como país", lo dice con la camiseta de la Selección con la que fue al partido en el estadio Luzhniki en Moscú, se niega a quitársela, tal vez se aferra a ser esos que fuimos en 93 minutos.

No ha sido fácil ser aficionado mexicano, no ha sido fácil ser fiel. Cuando le pregunto por qué cada cuatro años renueva esperanzas, me dice que a pesar de las tragedias "en qué otro momento volteas a ver con el mismo amor a otro mexicano, en qué momento le sonríes en la calle y abrazas a otro que trae la bandera como tú, tienes que estar en París, en Corea, en Berlín, en Johannesburgo, en esta época mundialista para recordar que te sientes orgulloso de donde eres". Y tiene razón, se nos ensancha el pecho cuando la pasión –así en singular- futbolera nos recuerda que pertenecemos a un lugar, difícil encontrar algo que nos hermane tanto, un sismo tal vez; la normalidad nos aleja, la extrema tragedia, como puede ser la selección nacional en un mundial, nos atrae.

Salomón nunca ha pateado un balón de futbol, fue bueno para el béisbol y el futbol americano, pero nunca para el deporte de las patadas; sin embargo, es ahí donde ha encontrado tierra fértil para cultivar amistades de décadas: "cada miércoles me junto con amigos que conozco desde el kínder y de lo que más hablamos es de futbol. ¿Cómo vamos a faltar a los mundiales si es de lo que hablamos en sus cuatro años de ausencia?".

Aunque ya había ido un par de veces antes a Rusia, las dos en barco, dice que esta última vez le ha impactado la organización y la renovación de la ciudad, y no es para menos. La estampa que nos regaló el estadio Luzhniki en su puerta principal, vaya que es digna de estos tiempos de renovación. A los pies de una estatua imponente de Lenin –de hecho el primer nombre del estadio fue Estadio Central Lenin–, carpas inmensas de las dos principales marcas del Mundial: Coca Cola y la cerveza Budweiser, que alguien se atreva a negar estos tiempos de ideologías en decadencia, qué dirían los que cortaron el listón inaugural cuando conocieron la imponente construcción a mediados de 1956.

A Salomón le cuesta mucho trabajo caminar; sin embargo, tiene dos certezas en su vida, regresar al quinto partido a como dé lugar en Rusia y llegar con fuerzas al Mundial de México 2026. "Si ya aguanté aquí 82 años qué les hace pensar que no llegaré a los 90". Con decenas de partidos de la Selección en la memoria, no le cabe la menor duda que el del domingo ha sido el más grande; su favorito en esos 90 minutos, por mucho, ha sido Guillermo Ochoa: "sacó cinco de adentro", me dice emocionado, "cuándo habías visto eso", a pesar del resultado sigue convencido que Juan Carlos Osorio "regaló el partido", que nos hizo sufrir innecesariamente. Por último, le pregunto qué pasa si otra vez nos quedamos en el camino: "no, hay un aire distinto, ya no somos los mismos, ni en Rusia ni en nuestro país, vamos a poder contar que nosotros estuvimos el día en el que todo cambió". Ojalá.

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