Parteaguas

¿A dónde nos iremos ahora, chilangos?

El campo aparece como una opción para la migración fuera de la CDMX en caso de que la mudanza de burócratas se lleve consigo algunos otros empleos.

No sabemos ni de qué dimensión es, ni cuándo empezará, pero una suerte de fuga se aproxima. El gobierno del próximo presidente Andrés Manuel López Obrador fallaría a una sólida promesa de campaña si no saca de la Ciudad de México a un buen número de burócratas.

Con ellos, muchos deberán considerar su salida aunque no trabajen para el gobierno.

Instalen su mente en la primera oficina federal que les venga a la memoria. Ahí cerca de la puerta, junto al 'poli' está la señora del local de jugos y el muchacho que abre la cajuela para vender 'comida light' por las tardes y hacerle competencia al de las tortas que queda a media cuadra.

Como ellos están empresas grandes como PWC, dedicada, entre otras cosas, a las auditorías; calificadoras como Standard and Poor's y Moody's y decenas o cientos de despachos de abogados, muchos que atienden al gobierno en la CDMX. Todos abonan al tráfico del Periférico.

Permitan la especulación. ¿Qué pasará si muchos de ellos salen de la ciudad? Por un lado están quienes dicen que la 'descentralización' ya opera de facto y que poco se moverán las cosas. Otros opinan lo contrario. De darse la diáspora, ¿qué ocurrirá con el precio de las casas en la ciudad cuando muchos quieran vender la suya porque deben irse? ¿Caerán de precio los 'depas'?

Con estas decisiones en puerta hay un fenómeno paralelo que antoja a aproximarse a una pregunta así, como ejercicio nomás: ¿No estaría bien echarle un ojo al campo? Después de todo, de ahí venimos por ascendencia. Nuestros abuelos o bisabuelos emigraron a las ciudades.

El viernes conocí el caso de Aliza Mizrahi, quien abandonó el área metropolitana hace 25 años para establecerse en Mérida. Hoy encabeza el movimiento Slow Food en esa ciudad y un mercado de productos orgánicos que semanalmente ofrece vegetales y comida en general en esa ciudad a clientes frecuentes, muchos de ellos extranjeros recientemente establecidos en la capital yucateca. Ella produce miel de abeja melipona y siembra y cosecha hortalizas en un área semiurbana de apenas dos mil 500 metros cuadrados, lo que le permite llevar una vida digna y a decir de su semblante, feliz.

Esa felicidad tiene réplica en el rostro de Eugenio Baeza Farés, quien concreta una inversión de 600 millones de dólares para producir puercos en Michoacán y Chihuahua para aumentar el tamaño de su empresa, Bafar. También, en el de Fernando Senderos Mestre, dueño de Kúo, Kekén y de la comercialización de Herdez, que parece renovado con el ritmo de sus exportaciones de carne de cerdo a Asia. Ya ni hablemos de la suerte de Jesús Vizcarra, de Grupo Viz, o de la de productores de 'berries'. El campo vuela como hace mucho tiempo no ocurría, con todo y su lamentable desigualdad.

Un documento al que tuve acceso me revela el tipo de cifras que revisa el equipo de AMLO en torno al boom reciente del sector:

Que las exportaciones agropecuarias aumentaron 7.2 por ciento por año de 2005 a 2010, 8.4 por ciento las agrícolas y apenas 0.6 por ciento las pecuarias. De 2011 a 2014, todas aceleraron: las totales 9.1 por ciento y de éstas 9.0 por ciento las agrícolas y las pecuarias 10 por ciento. El ritmo no se detuvo en los años siguientes.

La preocupación está en las importaciones y de ahí la atención de la futura administración morenista en la autosuficiencia alimenticia. "Se produce 68 por ciento de los alimentos que se consumen", advierten, miren nada más, los empresarios del Consejo Nacional Agropecuario, presidido por Bosco de la Vega. La recomendación de la FAO, abunda el documento Visión 2030 de la organización, es producir 75 por ciento. Hay tarea en el campo nacional, y no es para que tomemos el azadón, pero si hacemos maletas, vale la pena saber que hay opciones.

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