La gasolina en México promedió la semana pasada 18 pesos por litro, en Estados Unidos cotizó en 13, o su equivalente en centavos de dólar. El dato es de la Administración de Información Energética del país vecino.
Durante los noventa, en cuanto pude, obtuve mi permiso para conducir como menor de edad en la Ciudad de México. Mi reducido presupuesto de esos días me limitaba a gastar 10 pesos de gasolina para salir a dar la vuelta en un Dart K con mis amigos.
Cuando Andrés Manuel López Obrador peleó la presidencia con Felipe Calderón Hinojosa en 2006, yo luchaba por pagar seis veces más por el mismo volumen de combustible para un Ford.
Llegó la elección y Calderón ganó la partida en una muy cerrada contienda. El diagnóstico de directivos y políticos congregados después de esos días en un foro organizado a puerta cerrada por The Economist se resumía en seis palabras repetidas por uno o por otro, panel tras panel: "Nos pasó muy cerca la bala", rezaban con relación a la victoria de Calderón sobre López Obrador.
Según el Inegi, de ese año a la fecha la gasolina elevó 161 por ciento su precio en México, muy fuera de la proporción de la inflación general que se movió 59 por ciento en ese lapso.
Si les pasó cerca la bala a quienes más influencia tienen en la administración del país, no hicieron mucho por quitarle el parque a quien consideran su adversario. Por el contrario, le dieron una etiqueta para montar en sus misiles: 'el gasolinazo'.
Como editor del mercado energético en esos días, me inquietó siempre una circunstancia adversa. Nuestra referencia oficial es el mercado de Texas, pero aquí la tendencia de los precios siempre es ascendente, mientras que allá suelen por temporadas caer en picada.
Tocó en Hacienda primero al inteligente Alejandro Werner y luego al talentoso Miguel Messmacher defender la hipótesis: hay que subir el precio a niveles de Estados Unidos por el costo de oportunidad que perdemos al venderla acá en lugar de allá. Luego, en contrario, cuando allá subió, había que 'subsidiar' su precio nacional a costa del erario. El consumidor perdía de un modo o de otro.
Ahora con el mercado abierto y en precios teóricamente en libre fluctuación, explicar la diferencia deriva en un acto cantinflesco. La verdad, la gasolina fue y es para el gobierno una fácil herramienta de recaudación.
Alguien debía hacerse del discurso de esta paradoja mexicana de ser dueños del petróleo y pagar sus derivados a precio de importador. Andrés Manuel, el de Morena, se lo apropió y en su libro 2018 La Salida destaca impecablemente una incongruencia para argumentar su interés en que el Estado bajo su mando asuma el total control del mercado nuevamente.
"La reconfiguración de tres refinerías en el periodo neoliberal consumió un presupuesto de más de siete mil millones de dólares y en la actualidad esas plantas están operando, como ya lo expresamos, a 40 por ciento de su capacidad. Todo un fraude".
De ahí, AMLO va a la necesidad de arreglar esas refinerías, construir otras dos en tres años, literalmente, y con ello bajar los precios de la gasolina.
La viabilidad de esa propuesta es lo de menos. Sus adversarios nunca se preocuparon por la fuerza de ese discurso y hoy corren el riesgo de perder el control gubernamental. En las plazas públicas, la gasolina es de Andrés Manuel y le saca provecho.