Es difícil imaginar un peor momento geopolítico para la democracia liberal que el que ha desatado Donald Trump, presidente de Estados Unidos, con su errático desempeño en su reciente gira por Europa.
Comenzó por fracturar la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Bélgica, criticando duramente a Alemania. Luego, llegó a Gran Bretaña, donde a pesar de que cree que lo quieren mucho, su Servicio Secreto no le permitió actividad alguna en Londres, por las protestas masivas que desató su visita. Esto no le impidió intervenir en la política interna británica, criticando a la primera ministra, Theresa May, en un momento particularmente vulnerable por la implementación del Brexit. Y no olvidemos que llegó tarde a su cita con la Reina Isabel II, quien nerviosamente miraba el reloj en espera de Trump. La prensa británica, de las más histriónicas del planeta, se volvió loca.
Esto no fue más que el preámbulo de su desastrosa actuación en Helsinki, donde exhibió una debilidad y servilismo nunca visto, durante y después de su reunión con Vladimir Putin, el presidente de Rusia. La indignación creada en Estados Unidos por su abyección es descrita en el Congreso y los medios como una "crisis de seguridad nacional".
El viernes pasado, tres días antes de la cumbre con Putin, el Departamento de Justicia de Estados Unidos dio a conocer la presentación de cargos formales contra 12 individuos rusos, todos ellos identificados con nombre y apellido, que pertenecen a la GRU, el brazo de inteligencia militar rusa. El documento describe, con increíble detalle, y respaldado por inteligencia sólida, los quiénes, los cuándos, los cómos y los dóndes estos sujetos lograron penetrar los servidores del Comité Nacional Demócrata, las cuentas electrónicas personales de Hillary Clinton y John Podesta, su jefe de campaña. Muestra, además, cómo usaron la información para beneficiar la candidatura de Donald Trump, y perjudicar la de Hillary Clinton. Obtuvieron acceso a la estrategia y a los planes de campaña de los demócratas, no sólo a nivel presidencial, sino también a elecciones federales al Congreso. El trabajo del fiscal Robert Mueller no deja espacio para dudas: los rusos ayudaron a Trump.
La cumbre de Helsinki comenzó un poco tarde (Putin se retrasó) y ahora al que le tocó esperar fue a Trump. Al llegar, se sentaron para una foto y breves palabras preliminares. Luego se fueron a la reunión del misterio: los dos jefes de Estado, acompañados de sus traductores, y nadie más. Aún no se sabe qué se dijo en esa reunión, que duró más de dos horas, y que el Kremlin, con toda seguridad, tiene grabada. Estados Unidos tal vez omitió documentarla, porque Trump no quiso.
Luego de una breve reunión con sus equipos de trabajo, Trump y Putin salieron a dar la conferencia de prensa más penosa para Estados Unidos que yo recuerde. Trump parecía irse encogiendo, balbuceando respuestas incoherentes, mientras que Putin se agrandaba, proyectando su experiencia y expresando sus ideas con claridad y certidumbre. Ambos mintieron, pero Putin miente infinitamente mejor.
El intercambio que causó el caos en Estados Unidos tuvo que ver, por supuesto, con la investigación de Robert Mueller, pero también con las conclusiones de todos los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que hasta los republicanos aceptan, y que afirman, sin lugar a dudas, que sí hubo intervención rusa en las elecciones, y que la intención era ayudar a Trump.
La pregunta, de Johnathan Lemier de AP, fue: "presidente Trump, ¿condena usted la intervención rusa y exige al presidente Putin que no se repita?".
Trump vaciló, y dijo que Putin lo negaba con vehemencia, y que había dos puntos de vista al respecto, pero que no veía con qué fin Rusia lo hubiera hecho. Bueno, pues para hacerlo ganar, ¿no? Esa respuesta fue considerada por John Brennan, exdirector de la CIA, como traición a la patria. Trump luego trató de componerlo, pero no pudo. El lunes, en nuestra edición digital, les platico de las consecuencias y el impacto del periplo trumpiano.