Jorge Berry

Serenos, Morenos

Jorge Berry escribe sobre el fin del sexenio de EPN, las relaciones exteriores manejadas por Luis Videgaray y los retos que enfrentará el gobierno entrante en la materia.

La próxima vez que tenga el privilegio de publicar una colaboración en El Financiero, el presidente constitucional de México será Andrés Manuel López Obrador. Si bien estos larguísimos meses de transición han sido accidentados, y las acciones tomadas por el hasta hoy presidente electo han tenido consecuencias, a partir del sábado toda la responsabilidad y el peso de la conducción del país será suya.

Una de las características extrañas de estos meses, fue la claudicación total y completa del gobierno en funciones. El presidente Enrique Peña Nieto de plano se bajó del barco. Hay quien especula que esta especie de abandono de sus responsabilidades presidenciales es producto de un "pacto de impunidad" al que llegó con el nuevo gobierno, pero eso difícilmente podrá comprobarse; parece más producto del desgaste que sufrió una administración marcada por la corrupción y, en muchas áreas, notoria ineficiencia e incapacidad.

Resalta en ese sentido la actuación de la Secretaría de Relaciones Exteriores, sobre todo a partir de la llegada de Luis Videgaray al puesto. Videgaray ocupaba, en 2016, la Secretaría de Hacienda, pero su influencia sobre el presidente Peña iba mucho más allá de ser el responsable de los caudales de la nación. Fue él quien convenció a Peña de recibir en Los Pinos, con todos los honores, al entonces candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump -el mismo que acusó a los mexicanos de ser delincuentes y violadores en su primer discurso de campaña; el mismo que había propuesto la construcción del muro; el mismo que llamó a los migrantes latinoamericanos "insectos"-. La descabellada invitación provocó no solo la indignación de buena parte de los mexicanos, sino también la ira del Partido Demócrata, cuya candidata, Hillary Clinton, interpretó el evento como una clara preferencia del gobierno de México por Trump, y una cuestionable intervención en el proceso electoral de su país. Hay que recordar que, a esas alturas de la campaña, Hillary era claramente favorita, y las consecuencias para México de su victoria podrían haber sido graves. Ante esa presión, Videgaray renunció al gabinete, tratando de asumir los costos políticos de una muy mala decisión.

Meses después, increíblemente, el presidente Peña decidió revivir a Videgaray, nombrándolo secretario de Relaciones Exteriores. Eran los días más difíciles de la renegociación del TLCAN, Trump ya era presidente, y Peña calculó que la relación personal que Videgaray había logrado con Jared Kushner, el yerno presidencial, podría ayudar. El propio Videgaray, al tomar posesión del cargo, dijo que llegaba a "aprender", lo que ya era claro, porque demostró con la visita de Trump su absoluta ignorancia diplomática.

Observando la dinámica política en la administración Trump, no parece probable que Kushner haya tenido mayor influencia en el arreglo al que se llegó en principio con Estados Unidos y Canadá. El área de competencia del yerno es otra, y sus preocupaciones también. Kushner es de los que parece vulnerable en las investigaciones del fiscal especial Robert Mueller, y podría ser blanco del Departamento de Justicia por diversos delitos financieros y por usar su influencia como funcionario para obtener beneficios personales.

En este escenario, y como último acto de una administración fallida, de nuevo Videgaray ejerce influencia, y convence a Peña de otorgar el Águila Azteca, la máxima condecoración mexicana a un extranjero, a Jared Kushner. Videgaray se convierte así en el Córdova Montoya de este gobierno: lo mismo, pero, como dijera el Dr. Simi, más barato.

Más allá de la comprensible indignación que la absurda decisión ha causado en México, quedan las consecuencias con las que tendrá que lidiar el próximo titular de la SRE, Marcelo Ebrard. No es buena señal alinear al gobierno mexicano tan cerca de Trump. De por sí, abundan los señalamientos de las tendencias populistas de ambos mandatarios. Y esto llega en un momento de debilidad de Trump, quien recibió un durísimo golpe en las urnas el pasado 6 de noviembre. Los próximos dos años en Estados Unidos serán muy desgastantes para Trump, quien enfrentará una Cámara de Representantes en manos de la oposición, más múltiples problemas legales que lo aquejan. No es seguro siquiera que se postule para una reelección, y menos que la gane, dados los resultados recientes.

Ojalá que el próximo presidente y Marcelo Ebrard entiendan que la postura inteligente para México es mantener la distancia con Trump, y no permitir que vuelva a usar a nuestro país como arma política. No será fácil, dado que hay multitud de temas comunes entre los dos países, pero no hay que perder de vista que en dos años podría haber una nueva administración en Estados Unidos con la que habría que trabajar. Como dice AMLO, serenos, morenos.

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