La carta de Andrés Manuel López Obrador a Donald Trump, divulgada el domingo en la tarde, merece un largo, detallado y pausado comentario, para el que no hay condiciones hoy. Lo haré el miércoles. Entre tanto, me parece que los datos publicados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública el viernes en la tarde –para que se note lo menos posible– ameritan un breve análisis.
De acuerdo con las cifras de esta fuente –que a lo largo de los últimos veinte años arroja datos inferiores a los del Inegi en un diez a quince por ciento–, en junio de este año se produjeron dos mil 294 homicidios dolosos en México. Junto con los números de los primeros cinco meses de este año, en México han tenido lugar 13 mil 738 homicidios dolosos durante el primer semestre, es decir, un incremento de quince por ciento en relación al año anterior. Se trata de un monto superior al de 2011, el año de mayor violencia en la historia moderna del país. De seguir la tendencia hasta fin de año, nos ubicaría en unos 23 o 24 homicidios dolosos por cien mil habitantes, no sólo la cifra más elevada de los últimos treinta años –y probablemente de la historia moderna del país–, sino a niveles superiores a los de Brasil y cercanos a los de Colombia. Conviene recordar que en 2006-2007, los años de menor violencia en la época moderna, alcanzamos una tasa de entre siete y ocho homicidios dolosos por cada cien mil habitantes. Ese es el verdadero saldo de la guerra del narco.
Especialistas más autorizados que yo escudriñarán los datos con mayor detalle: geográfica y generacionalmente, y a propósito de sus orígenes. Por lo pronto, conviene derivar algunas conclusiones políticas para el próximo gobierno. Fox le heredó a Calderón cifras de violencia en pleno descenso, a pesar de lo aparatoso de las cabezas de Uruapan y del operativo en Nuevo Laredo. Calderón le entregó a Peña Nieto una verdadera hecatombe, pero con una tendencia descendente a partir de 2012. En cambio, junto con sus demás desastres, el nuevo presidente recibirá en diciembre grados de violencia, medidos de esta manera, en pleno ascenso, cualesquiera que sean las explicaciones de este comportamiento de las estadísticas. Como ya se ha dicho en múltiples ocasiones, por múltiples comentócratas, bajo el sexenio de Peña Nieto se habrán generado más muertes que en el de Calderón. Huelga decir que a cambio de nada.
A menos de que algo suceda de aquí a noviembre –y si suscribimos que la tesis expuesta en este espacio el viernes podría acontecer–, López Obrador recibirá un país con umbrales de violencia nunca vistos en tiempos modernos. Obviamente los muertos no son suyos; tampoco son ya de Calderón. Su autoría es otra: Enrique Peña Nieto. Pero a partir de diciembre, le pertenecen a AMLO. Es la ley de la vida, de la política y de la muerte. Devolver al Ejército a los cuarteles es una manera de acotar la hecatombe, rápidamente. Legalizar la mariguana y el cultivo de amapola, es otra. Elevar la puja y destinar muchos más recursos humanos y financieros a la guerra contra el narco es otra, aunque únicamente, en el mejor de los casos, a mediano plazo. Supongo que los colaboradores de AMLO han estudiado todo esto y tenían perfectamente previstas las cifras de junio. Ya contemplan respuestas. Suerte.