Juan Antonio Garcia Villa

'Todo puede ser', como decía Don Quijote

Juan Antonio García Villa hace una comparación de los comicios presidenciales pasados y el actual, planteando que en esta ocasión el resultado es aún incierto.

Este domingo, pasado mañana, se celebrarán los comicios para el mayor número de cargos de elección popular en disputa en toda la historia de nuestro país. Desde luego para elegir presidente de la República. Tres características tenían las elecciones presidenciales de antaño. Quizá la más relevante hace cuatro y más décadas era que un candidato recorría el país sintiéndose no propiamente aspirante a la silla presidencial sino ya presidente de hecho. Se percibía también, o al menos así lo comentaban los enterados de entonces, que el candidato oficialista, a pesar de saber perfectamente que debía por entero su designación al presidente que iba de salida, empezaba a tomar distancia de él.

No se trataba propiamente de una ruptura, y menos aún de un rompimiento traumático entre el presidente saliente y el presidente entrante, no, en modo alguno, sino del nacimiento de un nuevo sol y el natural ocultamiento del que estaba próximo a apagarse. Era el dato fundamental del sistema político imperante, que exigía un ejecutivo avasallador y todopoderoso. Lo cual no se presentaba de una noche para la mañana del día siguiente, sino que tenía pautado un ritual. Según éste, un cierto distanciamiento, a veces aparente, era como el punto de partida del ciclo sexenal que rigió durante siete décadas.

El dato quizás más sobresaliente de las campañas electorales de entonces, en particular la del candidato presidencial oficialista, fue siempre el brutal y a la vez innecesario derroche de recursos. La actual generación y quizá también la que inmediatamente le antecede, no tienen ni remotamente idea de lo que era, cada seis años, ese insultante dispendio en gastos de campaña de todo tipo (propaganda y difusión, regalos, convites, viajes, acarreos, comilonas, y todo en grado superlativo).

Todo el mundo sabía o al menos adivinaba de dónde salían las carretadas de dinero para pagar esos gastos tan exagerados de campaña. Obviamente del erario público. Sería interesante saber si a lo largo de las siete décadas de la hegemonía priista alguien o alguna dependencia, Hacienda o Gobernación, no sé, llevó registro y cuenta, así haya sido en forma gruesa, de ese despiadado saqueo de las arcas públicas. Seguramente no. Y lo más probable es que tampoco ningún equipo de investigadores, así cuente con todas las herramientas para el caso y total acceso a la documentación, lo más probable es que no exista ya posibilidad de cuantificar, repito, así sea en forma gruesa, la dimensión de ese descomunal atraco a la nación. Pero el hecho de que no se pueda medir no significa en modo alguno que el grupo que lo realizó esté históricamente exonerado.

Un dato más, el tercero: vistas las circunstancias en que se realizaban las campañas presidenciales de antaño, ninguna duda había desde mucho antes del día de los comicios del cuál sería el resultado de la votación. Hoy las cosas son diferentes en este punto, pues a contrapelo de lo que a lo largo del proceso electoral han venido diciendo las encuestas, la verdad es que a un par de días de la elección, como diría Don Quijote, "todo puede ser". O en los términos del lugar común: "la moneda está en el aire".

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