Las entrevistas de grupo se han puesto de moda desde las campañas. Un equipo de periodistas hace una entrevista colectiva a un candidato o a un funcionario. El resultado ha sido diverso. En ocasiones se deja ver que los entrevistadores tienen más ganas de destacar ellos que el entrevistado. En otras, esos ejercicios se han convertido en un evento más similar a lo que sucede en un estadio cuando alguien se pasea con la camisa de su equipo por la tribuna contraria (lo que desencadena una verdadera madriza). No es la norma, pero se ha dado el caso. Además resulta un poco extraño el formato, pues permite en ocasiones al entrevistado hacer respuestas cortas para zanjar temas, pues cada uno de los periodistas participantes quiere intervenir lo más posible.
Tercer Grado, el programa de periodistas de Televisa, entrevistó el lunes al presidente electo López Obrador. Imagino que estos programas especiales tienen un mejor rating que los normales. Además, como el presidente electo se ha dedicado a satanizar a los periodistas, ha logrado el efecto entre su gente de que cada que va con ellos se percibe a una inocente oveja entrar a la cueva de lobos salvajes. De tal manera que la estrategia del presidente electo –y en su momento cuando fue candidato– es la de defenderse del ataque tumultuario; él va a salvar el pellejo, no va a informar; va a no dejarse, a batallar, no a esclarecer o a puntualizar. No sólo eso, López Obrador es lento –es su estilo–, tarda en encontrar las respuestas, divaga, trae frases, señalamientos que no vienen a cuento y así pasa el tiempo. El formato pude convertirse entonces en algo farragoso, pues para que un periodista pueda repreguntar puede pasar más de media hora. Y en ocasiones, como antier, por más que se le busque, pues no se puede sacarle algo a quien no quiere.
Sin embargo, podemos señalar algunas cosas que salieron a relucir. Al señor le vale lo que piensen los demás. Él va en su proyecto. Lo único que le interesa es que se vea claro que él tiene "las riendas del poder". No le importa contradecirse, de hecho es parte de su personalidad. Anuncia que la consulta no será para tomar una decisión, sino para reconfirmar una decisión ya tomada. No sé quién creía que a Texcoco todavía se le movía una patita, pues ya quedó claro que no. Quizá su defensa de la militarización fue menos terrible que la de su equipo de trabajo, porque al final él tomó la decisión. Dijo que le llamó la atención, que le sorprendió el deterioro de la inseguridad. Sorprende en quien lleva 12 años en la arena pública, como uno de los personajes principales, la falta de capacidad de análisis de la realidad desde la campaña. Lo que dijo que le causó sorpresa no lo fue para quienes ya sabíamos algo: el señor no tiene idea del asunto y que no tenía un planteamiento sensato en torno al problema. El resultado fue echarse a las manos de los militares. Eso era lo que faltaba para delinear su presidencia autoritaria: el uso de la fuerza.
Lo que hizo López Obrador, en otros tiempos, se le llamaba "pinochetazo". La militarización de la seguridad del país lo es. Su fanaticada hubiera gritado "dictadura" con un esbozo de un plan similar por parte de los adversarios. Ni siquiera el decoro tuvo el presidente electo y su partido de dibujar a lo lejos una solución civil, nada, será con el Ejército. Los que comprendimos y apoyamos la participación militar en la tarea de seguridad, era en el entendido de que en su momento habría una solución con una policía civil. No es el caso de la solución planteada y que, insisto, contribuye al afianzamiento del talante autoritario del presidente electo.