En política muchas veces se utiliza la figura del 'péndulo' para ilustrar que es común que las democracias se muevan de un extremo a otro como resultado de un proceso electoral. En ese sentido, muchos países –y México no es la excepción– van de gobiernos de inclinación de izquierda a uno de derecha (o viceversa) para 'balancear' el destino o rumbo del país.
Para muestra, los 50 lineamientos para combatir la corrupción y aplicar una política de austeridad republicana que presentó López Obrador, son un claro ejemplo de los excesos actuales que caracterizan a nuestro sistema político. Muchos funcionarios públicos (no todos) han caído en un comportamiento grotesco y abusivo. Para nuestros gobernantes su cargo (presidente, secretario de Estado, gobernador, legislador, entre otros) es una patente de corso que les ha permitido actuar con impunidad. Como tales se acostumbraron a la suntuosidad, al derroche, a la arrogancia y a robar.
Eso explica, por absurdo que parezca, que en los lineamientos de AMLO se prohíba cerrar calles, estacionarse en doble fila, escoltas, viáticos desmedidos, viajar en aviones privados de 'aventón', ocupar trabajadores públicos en asuntos privados, etcétera. De ahí también que el próximo presidente de México se comprometa a obligar a que se hagan públicas las declaraciones de bienes de familiares de funcionarios, o a tener una comisión ciudadana y de Naciones Unidas para compras de gobierno y licitaciones, entre otras medidas.
La cuarta transformación de México requiere que los funcionarios de la próxima administración transpiren y contagien una mística de gobierno diferente, que motive servidores públicos honestos y austeros, pero que también sea sensata y eficaz. Recortar de tajo 70 por ciento de los empleados de confianza en el gobierno, pensando que todas las dependencias son iguales, no parecería abonar en esa dirección.