La Aldea

El riesgo de la ocurrencia

En la consulta sobre la ubicación del nuevo aeropuerto los compromisos políticos con sectores reducidos se sobreponen al bien nacional. Mal inicio de gobierno.

Todo parece indicar que la decisión en torno a la consulta aeroportuaria está tomada. Los dados cargados en la formulación de la pregunta, en el lenguaje utilizado, en los argumentos parciales y sesgados a favor y en contra de cada proyecto, prefiguran el resultado.

Todo esto sin mencionar las inconsistencias en la metodología –inexistente–, la confiabilidad del conteo, el cuestionable levantamiento de información parcial, selectiva, en municipios elegidos quién sabe bajo qué criterio y, por si faltara, el consultar a la ciudadanía sobre un tema altamente técnico y especializado, en el que más del 65 por ciento de la población ni siquiera es usuaria.

El nuevo gobierno debutará, a mi juicio innecesariamente, con una grave confrontación con el sector financiero internacional, con la banca mundial y con los empresarios mexicanos. ¿Todo esto sólo por cumplir una promesa de campaña, lanzada al calor de la plaza pública en el contexto de una contienda electoral? Suena absurdo, increíble, pero parecen las ocurrencias a que deberemos acostumbrarnos.

¿Tener un aeropuerto del primer mundo es una frivolidad burguesa? No. Especialmente porque derrama una serie de beneficios económicos para cientos de miles de mexicanos, de todos los sectores sociales y económicos.

Rehabilitar el Aeropuerto Internacional Benito Juárez existente, con sus dos terminales rebasadas, además de incrementar el uso de Toluca y agregarle dos pistas a Santa Lucía con el costo respectivo, ofrecen una solución de tránsito y tráfico aéreo por ocho años. Es decir, cambiamos una solución de fondo planeada a 50 años, por una alternativa cosmética, temporal, costosa e insuficiente, porque ninguno de los tres (el de Toluca, Santa Lucía o Ciudad de México) será un hub internacional que integre en un solo espacio soluciones de vuelos a todas partes, servicios terrestres, interconexión global. Eso no lo ofrece "el combo" aeroportuario de Jiménez Espriú.

Si a esto agregamos la mentira del próximo secretario al señalar que la OACI había calificado como "viable" a Santa Lucía –le faltó leer la página 7 del informe–, o la insistencia de varios integrantes del nuevo equipo gobernante, ofrece un panorama lamentable y antidemocrático.

El mensaje de fondo es "no importa".

No importan los miles de millones gastados en el proyecto; no importa el prestigio internacional; no importan las graves consecuencias financieras que sufriremos con el castigo de las calificadoras (Moody's y Standard & Poor's, por lo menos), hecho comprobable muy distinto del falaz "posibles consecuencias financieras" en la argumentación a favor de Texcoco en la boleta; no importa, pues, apostarle al siglo XXI, construir una visión de país que impulse hacia adelante.

Lo que importa no es el bien de México, no es el desarrollo, la capacidad productiva, la generación de empleo, la captación de inversión extranjera. Lo que de fondo importa es cumplir una insulsa y rentable promesa de campaña, cargada de animadversión clasista, polarizadora e insensata.

¿Por qué vamos a cancelar el proyecto de infraestructura más importante de los últimos 50 años en este país?

Por capricho, por las pistolas del que manda, por prodigar un inútil sentimiento de revancha al haberles "quitado" a esos ricos que se "beneficiaron con los contratos", la oportunidad de negocio. Hay de fondo un dejo de venganza de clase en los "atencos", que se sienten desplazados por el proyecto.

Es una película que ya vimos, pero nuestra corta memoria lo archiva. El gobierno de Fox lo intentó, fracasó por las protestas de los macheteros y las huestes –entonces perredistas– que los apoyaron e inflamaron. El resultado, México perdió dos décadas de tráfico y tránsito aéreo moderno, puntual, eficiente, seguro.

¿Lo volveremos a permitir?

La defensa del proyecto, la explicación detallada de su autosustentabilidad, de su reciclaje de aire y agua, de su reducción en el consumo de energía, de los beneficios laborales, geográficos, de transporte e interconexión ha sido abandonada por el gobierno federal. Es una pena, porque esta cesión de espacios y debate político en aras de la tersa transición, traerá la consiguiente aplanadora que sepulte la obra.

La ideología por encima de la praxis; los compromisos políticos con sectores reducidos –poco representativos– se sobreponen al bien nacional. Mal inicio.

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