El seguimiento a las campañas políticas ha sido una pesadilla. Ante la búsqueda insistente de propuestas, de innovación, de algún carisma que nos haga creer que hay un futuro mejor, las campañas se desgranan día a día, en un interminable rosario de insensateces.
AMLO y el aeropuerto, su enfermiza tenacidad por cancelar el desarrollo del país por la sola sospecha –su olfato no le falla– de que hay contratos ilícitos, entregas multimillonarias a los señores del capital. De las fuentes de empleos, de la operación de un aeropuerto de calidad internacional, del crecimiento registrado de 60 por ciento en el tráfico aéreo en los últimos cinco años, de eso nada, no importa, lo relevante es un espíritu justiciero "de los dineros del pueblo". ¿Cuáles dineros? Que alguien le explique a este señor que más de 65 por ciento "de los dineros" son inversión privada y extranjera: bonos, créditos, colocaciones y mil y un mecanismos más de inversión financiera.
De Anaya y su campaña sinsabor y sin tinte, sin sello. ¿Qué promueve formalmente Anaya? ¿Alguien sabe? Más allá de que ya se va el PRI y de que ahora sí, él es el bueno porque va a derrotar a Andrés Manuel, no se conserva en el imaginario colectivo una sola propuesta de Anaya.
De Meade, quien aparentemente pasa más tiempo en la Ciudad de México atendiendo foros y congresos que de gira por la República, también es difícil encontrar un mensaje central, definitorio. Ni una sola crítica le he escuchado al candidato del PRI a esta administración. Un solo señalamiento hacia los errores, los desvíos, las pifias que este gobierno y su titular, el presidente Peña, hayan podido cometer a lo largo de cinco años y medio. ¿Nada? ¿De verdad nada? ¿No encontramos en un muy sesudo equipo de campaña una línea, una pista, un argumento por medio del cual deslindarse, tomar distancia, decir que se van a corregir los abusos y los excesos? Luego nos preguntamos por qué hay problemas de credibilidad. La intolerancia del presidente a la crítica puede producir la derrota de su candidato.
Margarita, para sorpresa de todos, contra el desdén de Ricardito, ha crecido. Los números señalan que sostiene una muy ligera, discreta, pero auténtica curva de números al alza en materia de preferencia electoral. ¿Va a alcanzar? Difícilmente, pero me parece que ella y su grupo, su esposo, están más en la construcción de una opción política a futuro; una fuerza, una organización, un partido que por supuesto significaría el resquebrajamiento del PAN. A menos de que una probable derrota de Anaya deje tales despojos que los Calderón-Zavala entren al rescate del blanquiazul.
Del 'Piporro', ni la pena vale y mucho menos el espacio medido.
No existe una sola encuesta (Oraculus.com) que no registre una considerable ventaja para AMLO. En algunos casos de 10, 20 y hasta más puntos porcentuales sobre su más cercano rival. La campaña avanza y nadie parece convencerse de otra cosa más que de lo que estaba convencido antes de iniciar la campaña: Andrés ha sido tenazmente exitoso en conquistar el apoyo y el respaldo del voto popular, pero también el de las clases ascendentes, el de algunos sectores de las clases medias, el de algunos universitarios, etcétera.
Anaya, Meade y Margarita se disputan el segmento restante, la otra mitad o el otro 40 por ciento del país que teme, rechaza o aborrece a AMLO porque lo considera un regreso insultante al más corporativo priismo de los 70 (control de precios, abajo las reformas, cuidar el dinero del pueblo, respaldo al magisterio y a los trabajadores despojados, etcétera).
Pero existe un gigantesco país resentido y agraviado, marginado, a donde los indudables avances y beneficios del libre comercio no han llegado, en donde los programas sociales han hecho lo único que pueden, que es paliar la pobreza, sin construir mecanismos eficientes para combatirla, reducirla, eliminarla. Una extensa geografía cansada y harta de los mismos discursos de siempre, de las promesas incumplidas, de los "te lo firmo y te lo cumplo" que se quedaron en el camino. Pero más allá, es un momento cuasirevolucionario, la oportunidad anhelada por décadas, de que un auténtico representante de las clases populares llegue al poder, alguien cercano, tangible, con quien todo ese país se identifica y se mimetiza, y a quien le resuenan las diatribas contra la 'mafia del poder', contra los poderosos y los ladrones. En el pueblo, para el pueblo, Andrés es el referente único.
Ese extenso universo de pobres, de marginados, de salarios aplastados y olvidados, de votos manoseados por años; para ese país al que le han prometido un cambio real que nunca llegó, sostiene la verdad inquebrantable de que siguen siendo pobres, con una salud decadente, con una educación que lucha por evolucionar, a pesar de los sindicatos y los radicales que la consideran su patrimonio exclusivo. ¿Cómo van a convencer los antiAMLO que él no es la solución? ¿Con qué argumentos Meade, Anaya, Margarita le pueden hablar a ese otro país y decirle que la insultante verdad de su pobreza y su manipulación no se corrige con las promesas de los sueldos y los contratos?