Lourdes Aranda

Brasil, ¿el regreso al autoritarismo?

Lourdes Aranda escribe que los gobiernos del PT dejaron un legado amargo para los brasileños, defraudaron a la ciudadanía y son responsables en gran parte del éxito de Bolsonaro.

Brasil se encuentra en uno de los momentos más críticos desde su transición a la democracia en los años 1980. El próximo domingo tendrán lugar elecciones generales, en las que se renovarán los poderes Ejecutivo y Legislativo. Se trata de las primeras desde la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff y el ascenso de su vicepresidente, Michel Temer. Como en la mayoría de los países latinoamericanos, el sistema electoral contempla dos vueltas, que tendrán lugar los domingos 7 y 28 de octubre. Varios acontecimientos han trastornado las campañas: el asesinato de la concejala Marielle Franco, el encarcelamiento y la inhabilitación del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y el atentado contra el candidato puntero, el exmilitar Jair Bolsonaro.

Ante la inhabilitación de Lula, el Partido de los Trabajadores (PT) designó a Fernando Haddad, exministro de Educación y exalcalde de San Paulo, como su candidato presidencial. Haddad forma parte de una camada de políticos latinoamericanos que han pasado de ser desconocidos a protagonistas, como ocurrió con los presidentes Nicolás Maduro, Lenín Moreno e Iván Duque, de Venezuela, Ecuador y Colombia, respectivamente, gracias al apoyo de un padrino. Su lema es "Haddad es Lula", pero definitivamente no tiene su carisma y sobre él pesa la derrota que sufrió cuando buscaba reelegirse como alcalde de San Paulo en 2016. A lo largo de la campaña no ha logrado retener al electorado lulista.

Por otra parte, Bolsonaro, defensor del régimen militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985 tiene como lema de campaña: "Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos". Defiende la ortodoxia en los asuntos económicos y enarbola un nacionalismo conservador en los temas políticos y sociales: es partidario de la mano dura para mantener el orden público, se ha declarado a favor de la tortura y está en contra de los derechos de las mujeres y las minorías raciales y sexuales. Sus declaraciones públicas suelen ser ofensivas y alarmantes. La cereza del pastel fue cuando eligió como compañero de fórmula a Antônio Hamilton Mourão, un general retirado. Esta decisión consolidó el apoyo de los grupos de extrema derecha (su segunda opción de vicepresidente era Luiz Philippe de Orleans-Braganza, descendiente del último emperador brasileño). Su discurso anticorrupción le ha ayudado a captar el voto antipetista –en detrimento del partido de centro, el PSDB–. Es el favorito de muchos inversionistas y de jóvenes de las clases altas y medias educadas que crecieron durante los gobiernos del PT.

La agresión que sufrió Bolsonaro el 6 de septiembre lo ha imposibilitado a presentarse en actos de campaña, pero la cobertura de su hospitalización le dio una plataforma mediática formidable. Desde su cama en la clínica, Bolsonaro manejó la narrativa de víctima de manera mucho más efectiva que el propio Lula desde la cárcel. A menos de una semana de los comicios, la encuesta más reciente de Datafolha sitúa a Bolsonaro en el primer lugar con 31 por ciento. Lo sigue Haddad con 22 por ciento, quien ha remontado gracias al movimiento #EleNão (#ElNo), que promueve el rechazo a Bolsonaro y que ha tenido éxito en las redes sociales, desde donde se convocó a las manifestaciones multitudinarias del sábado 29 de septiembre en todo Brasil.

Tanto Bolsonaro como Haddad, tienen niveles altos de rechazo y el tercero en las encuestas, Ciro Gomes (PDT, centroizquierda) oscila entre el 11 y 12 por ciento. Por lo anterior, el 7 de octubre es muy posible que nadie obtenga más de 50 por ciento de los votos, lo que forzará a la segunda vuelta. El Ibope señala la volatilidad de la elección: hoy se tiene un empate técnico. Sin embargo, las preferencias por Bolsonaro crecen conforme se acerca la elección. Haddad está consciente de que no le bastan sus simpatizantes. Para ganar, tiene que movilizar a los grupos que temen que su rival sea presidente, como mujeres, afrodescendientes y minorías sexuales.

La elección de Haddad no entusiasma tampoco. Los gobiernos del PT dejaron un legado amargo para los brasileños: Dilma Rousseff terminó destituida y Lula está en la cárcel. Defraudaron a la ciudadanía y son responsables en gran parte del éxito de Bolsonaro, impensable apenas hace seis años. Aunque ese candidato no ganara esta vez, ha sembrado la discordia y atizado la polarización de los brasileños. Lo más grave es que ha abierto el camino para que opciones de extrema derecha cobren fuerza en la discusión pública del país más grande de Latinoamérica.

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