Opinión

Conflictos latentes que preferimos ignorar

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Hace algunos años, las Naciones Unidas presentaron un informe en el que se mostraba que la humanidad vive la época más pacífica en la historia. Esta conclusión, sorprendente, fue resultado de una investigación rigurosa que sustentó con pruebas documentales que ha disminuido, proporcionalmente, el número de personas que fallecen en guerras.

Sin duda, una idea que parece inverosímil en nuestros días donde las escenas de conflictos armados son el pan de todos los días. En esto, la tecnología ha tenido un papel central para convertir cualquier conflicto, por lejano que parezca, en una serie de imágenes de lo que ocurre en un entorno próximo, acortando brechas de tiempo y espacio.

Sin embargo, aparejado a lo anterior, hay conflictos que minimizamos, sobre todo cuando ocurren en regiones periféricas, en Estados débiles y fragmentados y con pasados traumáticos. Pese a que tengan implicaciones negativas para millones de seres humanos que pierden la vida, se ven forzados a salir de sus países de origen o viven condiciones precarias, la dimensión humana se deja de lado.

El ejemplo más dramático es el conflicto bélico en Yemen entre el gobierno establecido y la insurgencia hutí. Más de 10 mil personas han perdido la vida y tres millones han tenido que abandonar sus hogares. Las conversaciones de paz se han estancado, mientras se avivan las divisiones políticas y religiosas, como consecuencia de la intervención de Arabia Saudita (que apoya al gobierno) e Irán (que provee de armas a los rebeldes). Ambas partes en el conflicto han cometido violaciones severas a los derechos humanos. Desde hace tres años, Riad y sus aliados han realizado ataques aéreos con objetivos civiles y han impuesto un embargo de facto que ha provocado desabasto de alimentos, medicinas y combustibles. Esto ha provocado gran sufrimiento a la población civil. Apenas esta semana, gracias a la presión internacional (incluso de Estados Unidos), el gobierno saudí accedió a levantar el bloqueo en algunas rutas, además de anunciar que otorgará 1.5 mil millones de dólares para paliar la emergencia.

El caso de Congo, uno de los países africanos con enormes riquezas minerales, también es catastrófico. Según el Observatorio de Conflictos Globales, hay alrededor de setenta grupos armados que operan en el territorio. Estos grupos paramilitares financian sus actividades forzando a las poblaciones que controlan a trabajar en la extracción de recursos, algunos tan valiosos como el coltán que usan nuestros dispositivos electrónicos. Como resultado, la ONU calcula que hay 2.7 millones de desplazados internos y casi medio millón de refugiados en otros países. La renuencia del presidente actual, Joseph Kabila, a dejar el poder –se había comprometido a hacerlo el año pasado– ha agravado el escenario político. Las protestas multitudinarias son constantes, como también los enfrentamientos con la policía. La violencia podría extenderse en la región. No hay acuerdo entre las potencias occidentales, que impusieron sanciones financieras a miembros del gobierno, y los países africanos, más reacios a condenar al régimen.

En el sureste asiático, la crisis de los rohingya se encuentra en un punto muerto, provocando tensión entre Myanmar y Bangladesh. Myanmar, a pesar de haber supuestamente transitado a la democracia, mantiene la exclusión de los rohingya, minoría musulmana, con el apoyo de la mayoría de sus ciudadanos, en su mayoría budistas. Tanto las células rebeldes como el ejército de Myanmar atacan a la población civil, no necesariamente sólo a sus adversarios. En medio del recrudecimiento del conflicto, las sanciones internacionales no han tenido los efectos esperados. La consecuencia ha sido que hoy más de un millón de personas en situación de apatridia se encuentren en un país extranjero, con riesgos de confrontación con sus nacionales.

La comunidad internacional tolera estas tragedias. La ONU, paralizada por el Consejo de Seguridad, se limita a llamar a las partes a la mesa de negociaciones, a ceses al fuego o, cuando puede, a desplegar enviados especiales. Las potencias se involucran sólo en la medida de sus intereses políticos o comerciales. Cuando lo hacen, recurren al uso de la fuerza de manera desproporcionada, ignorando las causas más complejas de atender. Las ONG se han quedado prácticamente solas en documentar y denunciar los conflictos. Ni siquiera la opinión pública internacional las ha acompañado siempre, ha sido más bien pasiva ante las condiciones de violencia y precariedad que viven millones de personas.

Twitter: @lourdesaranda

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