Lourdes Aranda

Luces y sombras del secretario general Kofi Annan

Lourdes Aranda escribe que a reserva de la capacidad que demuestre el actual secretario general de la ONU, Annan ha sido el último secretario general respetado.

El pasado sábado 18 de agosto falleció a los ochenta años Kofi Annan, séptimo secretario general de las Naciones Unidas. Como secretario general en dos periodos consecutivos tuvo un aura de prestigio que permitió a la ONU desempeñar un papel relevante en los conflictos internacionales, aunque no siempre exitoso. A diferencia de otros de mis colegas del servicio exterior, no tuve contacto frecuente con él, pero fui testigo en varias reuniones tanto de su tenacidad para plantear a los jefes de Estado y de gobierno los temas más urgentes de la agenda internacional como de su frustración absoluta ante la inacción e indiferencia de la mayoría de los dirigentes.

Su elección como secretario general en 1996 fue un hito. Para empezar, estuvo cargada de simbolismo. Fue el primer secretario originario de África subsahariana, de Ghana, el primer país del continente que se independizó de su metrópoli en 1957. Al mismo tiempo, Annan fue el primer funcionario de carrera de las Naciones Unidas que ocupó el máximo cargo del organismo. Desde sus inicios en la Organización Mundial de la Salud (OMS), su trayectoria fue ascendente: pasó de los asuntos financieros y administrativos a desempeñarse como jefe de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz. En esta tarea tuvo que redefinir el papel del organismo en un momento en que ocurrieron atrocidades, como el genocidio en Ruanda y en los países de la antigua Yugoslavia, que la ONU no pudo detener en el momento oportuno.

En los diez años de su mandato (de 1997 a 2006), Annan mostró en las negociaciones más arduas una mezcla de sagacidad, templanza e imperturbabilidad, que sus críticos acusaban de frialdad y distanciamiento. Sus colaboradores más cercanos atribuyeron estos rasgos a su frustración para lograr que los países integrantes adoptaran decisiones urgentes o importantes. Con frecuencia reclamaba que se reconocieran los logros del organismo, al mismo tiempo disculpaba su falta de actuación en momentos decisivos y atribuía sus desaciertos a los Estados integrantes, principalmente a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

Annan tuvo una relación compleja con el gobierno del presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Estas tensiones llegaron a la cúspide durante los primeros meses de 2003, cuando Washington insistía que Irak poseía un arsenal nuclear para justificar la invasión posterior del país. En este asunto Annan se vio sobrepasado por la actuación de la "coalición de la voluntad". A pesar de su oposición, en un inicio se mostró cauto en criticar a Estados Unidos directamente. Sin embargo, conforme se probó que la invasión se había fraguado con pruebas fraudulentas y que había tenido consecuencias fatales, Annan declaró abiertamente que la guerra había sido ilegal y que Estados Unidos y sus aliados habían actuado al margen de la Carta de las Naciones Unidas.

El deterioro de su posición frente de la ONU se agravó en sus últimos años como secretario general. Recuerdo que durante la celebración de la cumbre del Grupo de los Ocho (G8) en San Petersburgo, Rusia, en el verano de 2006, Annan, en una apasionada intervención, urgió a los líderes a llamar al cese al fuego entre Israel y el Hezbollá libanés, ante las numerosas víctimas mortales. Mientras el secretario general hacía una descripción desgarradora del conflicto, George W. Bush y Vladimir Putin, presidente de Rusia, sostenían una conversación que los tenía más ocupados. Mientras tanto, los demás dirigentes reunidos en ese encuentro también hicieron oídos sordos. En esta escena, que ocurrió casi al final de su mandato, comprendí su frustración frente al desinterés de las potencias ante una amenaza latente a la paz y la seguridad y con las negociaciones tras bambalinas de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

A reserva de la capacidad que demuestre António Guterres, actual secretario general de la ONU, en los próximos años, Annan ha sido el último secretario general respetado, con presencia y autoridad moral internacional. Posiblemente su mayor mérito haya sido afirmar la autoridad de la ONU como el principal mediador del sistema internacional. Su fallecimiento vuelve a poner al día la necesidad de que el sistema multilateral sea oportuno y eficaz. Más allá de sus aciertos y de sus yerros, Annan, con sus luces y sombras, ha definido el parámetro con el que se juzgará a sus sucesores. Descanse en paz, Kofi Annan.

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