Lourdes Aranda

¿Partidos o movimientos políticos?

Lourdes Aranda detalla el surgimiento de nuevas formaciones políticas en distintas partes del mundo, conformadas por personas cuyos intereses se quedaron fuera de la representación.

A lo largo de los últimos años, la pérdida de credibilidad de los partidos políticos ha llevado a que surjan nuevas formaciones en torno a personajes que son –o parecen– ajenos a las clases políticas de siempre: profesores universitarios, empresarios y actores. Estos nuevos partidos evitan en la medida de lo posible llamarse de esa manera y prefieren otros nombres como el Movimiento Cinco Estrellas (M5s) en Italia, la Alternativa para Alemania (AfD) o En Marcha, en Francia. Son nombres que evitan eslóganes políticos tradicionales. Parecen más bien una actualización de los movimientos de masas de antaño, con la capacidad de superar clase social o regiones.

Los nuevos partidos suelen anclarse en ideas extremas del espectro político, han sido exitosos al incorporar coaliciones de votantes poco convencionales. En ellos caben trabajadores, pensionistas y desempleados lo mismo excomunistas, socialdemócratas y neofascistas. Estos grupos parecen haber encontrado la receta para agrupar a personas con intereses disímbolos, pero que comparten un rasgo esencial: sus intereses se quedaron fuera de los márgenes de representación. Contar con un vocero audaz de las mayorías silenciosas ha sido decisivo en esta tarea, como lo confirman Trump o Víktor Orban, el primer ministro de Hungría.

La transformación ha sido especialmente notoria en los países europeos en los que predominaban dos agrupaciones: la cristianodemocracia y la socialdemocracia. Hace cinco años sólo dos partidos nuevos tenían representación en los parlamentos nacionales, mientras que hoy hay casi 50 agrupaciones con diversas tendencias ideológicas e intereses, en particular euroescépticos y antiinmigrantes.

El Eurobarómetro 2018 refleja con claridad este cambio en los países miembros de la Unión Europea (UE). En esta encuesta la mayoría de los entrevistados dijeron confiar cada vez más en los nuevos partidos y movimientos políticos que en las formaciones tradicionales. El 56 por ciento de los entrevistados en los países de la UE respondió que los partidos nuevos pueden traer un cambio real. Asimismo, según el mismo informe, hay una opinión mayoritaria favorable a la capacidad que tienen los partidos nuevos para proponer soluciones a los problemas de sus países. La percepción de amenaza de estos partidos para las democracias varía. En Alemania sí es motivo de preocupación el partido AfD pues tiene elementos de racismo y xenofobia, no así en Grecia donde el grupo Syriza, de izquierda, se ha enfocado en oponerse a las medidas de austeridad.

El apoyo a los nuevos partidos se ha convertido en un elemento de inestabilidad política en el sur de Europa, donde todavía pesan los efectos de la crisis económica de 2008. En Italia, el M5s y la Lega Nord no lograron formar gobierno por lo que se espera que se vuelvan a convocar elecciones. En España, Ciudadanos y Podemos han sido claves en las propuestas de moción de censura contra el gobierno del Partido Popular. La presencia de las formaciones de reciente creación ha sido desestabilizadora en ambos casos. En el plano político ha cambiado los cálculos de los partidos tradicionales al formar alianzas, en el económico ha aumentado las primas de riesgo.

De igual manera, las instituciones europeas enfrentarán mayores desafíos si estas tendencias se presentan en el Parlamento Europeo (PE). Sería potencialmente desestabilizador que los partidos nuevos –principalmente los euroescépticos– obtuvieran más escaños en las próximas elecciones que se celebrarán en mayo de 2019 (en las cuales el Reino Unido ya no participará).

El atractivo de los partidos nuevos no está confinado a Europa. En América lo anticipamos hace veinte años: en Venezuela cuando el hartazgo de los electores llevaron al poder a Chávez quien enarbolaba un discurso a favor del cambio radical. Con las elecciones en Brasil, Colombia y México en la antesala, debemos tener claro lo que suponen estos nuevos actores. Qué duda cabe que una democracia se fortalece con la incorporación de más opciones que estén en mejor sintonía con las aspiraciones de los ciudadanos. Por otra parte, debe advertirse también el potencial disruptivo que tienen estas formaciones cuando idealizan un pasado complejo en sociedades donde las instituciones democráticas son aún frágiles. Y finalmente, bien puede ocurrir que estos movimientos políticos más jóvenes tengan alma vieja y que defrauden las esperanzas que ofrecen cumplir. En cualquiera de los tres escenarios, debemos de reconocer que estamos frente a un acontecimiento trasnacional que ha tenido y que tiene la capacidad de modificar el sistema internacional.

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