Acapulco ha languidecido por muchos años. Uno de los sitios más emblemáticos del país a nivel internacional fue archivado en el cajón de los recuerdos hace muchos lustros. La hermosa bahía y su paisaje de luces nocturnas cedió lugar al deterioro citadino, a la falta de mantenimiento y luego al crimen organizado.
La zona dorada se atascó en los problemas de una urbe sin ley, sin orden y sin nuevas inversiones. Acapulco Diamante la sustituyó como nuevo polo de desarrollo, pero lejos está de suplir el esplendor de la bahía.
Uno de los símbolos turísticos e incluso culturales de México es hoy una de las ciudades más violentas del planeta.
Parte del problema ha sido la negligencia o incompetencia de sus gobernantes. A nivel estatal han gobernado el PRI, el PRD y Morena, lo mismo que en la ciudad de Acapulco. La actual gobernadora es fruto de una imposición de su padre quien, ante la imposibilidad de ser gobernador, designó a su hija como sucesora.
Por su parte, la alcaldesa de Acapulco ha sido señalada por una muy mala administración municipal. De acuerdo con el más reciente ranking sobre el desempeño de alcaldes elaborado por CE Research, Abelina López ocupa el lugar 57 de 60 alcaldes de los municipios más importantes de México.
En ese entorno llega el huracán Otis, el más destructivo de las últimas décadas. Acapulco representa 80 por ciento de la economía de Guerrero y 75 por ciento del empleo formal. Acapulco puede sobrevivir la emergencia si el gobierno federal atiende con eficacia sus obligaciones, pero será incapaz de salir adelante sin la confluencia del gobierno federal, empresas, organizaciones empresariales y civiles y hasta organismos internacionales.
Salvar a Acapulco es salvar a Guerrero de la ingobernabilidad. Si no se atiende el futuro económico de la entidad, puede haber estallidos sociales.
Guerrero ha sido escenario de problemas sociales agudos en las últimas décadas, desde la guerrilla de los años setenta hasta Aguas Blancas, Ayotzinapa y el control cada vez más férreo del crimen organizado.
Las autoridades han tirado la toalla frente a los poderes fácticos: así, los restauranteros están a merced de la extorsión; los turistas a merced de la inseguridad; los mineros soterrados por la extorsión de las comunidades; los pobladores aterrados por la violencia que sufren de manera cotidiana. Y sobre eso, los gobiernos municipales proveen una muy mala calidad de servicios públicos.
La tragedia humana que enfrenta Guerrero puede ser una oportunidad para desterrar la captura del crimen y de las clientelas políticas que han sometido el desarrollo de Acapulco.
Una vez pasada la emergencia, tanto los gobiernos federal como locales, así como las empresas turísticas, los restauranteros, los inversionistas inmobiliarios, las organizaciones sociales, organismos internacionales y supervisores de transparencia y rendición de cuentas podrían hacer una gran alianza para trazar una ruta de reconstrucción y relanzamiento de Acapulco, por ejemplo, con una visión de 10 años.
Sin expectativas de inversión futura, el valor de las propiedades destruidas puede colapsar aún más y con ella el interés de volver a invertir. Sin ello, la calidad y cantidad del turismo tenderán a reducirse y con ello las oportunidades de empleo y de bienestar para los casi 900 mil habitantes de la ciudad.
Existen ejemplos de una buena gestión para la reconstrucción después de catástrofes naturales. Bien vale la pena revisar las experiencias de Japón después del terremoto y tsunami de 2011, que dejó más de 18 mil fallecidos y resultó en el accidente nuclear de Fukushima.
Otros ejemplos de buenas prácticas fueron las implementadas por los gobiernos de Nueva Orleans después del Huracán Katrina de 2005 y de Indonesia después del tsunami en 2004. Ambos gobiernos implementaron un proceso de reconstrucción que incluyó mejoras en el sistema de protección contra inundaciones, programas de prevención de catástrofes y una mayor inversión en infraestructura, así como programas de revitalización comunitaria.
Acapulco es demasiado importante para dejarlo solo en manos de sus gobernantes.