Luis Wertman Zaslav

Dolor

Estamos en un punto de quiebre, en el que sólo podremos mejorar si participamos, denunciamos y mantenemos la indignación, si y sólo si, queremos recuperar la seguridad en México.

Ya José Alfredo Jiménez había definido que, en muchas ocasiones, en México la vida no vale nada. Si a los ojos de otras nacionalidades, uno de nuestros rasgos culturales más sorprendentes es precisamente la manera en que afrontamos la muerte, los hechos ocurridos en Jalisco reflejan la devaluación absoluta de la existencia.

Es difícil explicar en cualquier espacio, una cena familiar o una junta de trabajo, cómo fue posible que las autoridades de uno de los estados más importantes del país llegaran a la conclusión de que era más sencillo usar camiones de refrigeración para guardar cadáveres a contar con las instalaciones adecuadas para ello.

Menos sentido hace que estas criptas ambulantes fueran descubiertas por los propios vecinos y que la versión oficial tratara de justificar que era una medida emergente ante el número de cuerpos que se acumulan en los servicios forenses del estado gracias a la violencia.

Ni el guion más elaborado de una serie de terror podría alcanzar los niveles de espanto que durante una semana lograron los noticieros que reportaron una escena que, por horrenda e increíble, le dio la vuelta al mundo.

Justo por esos días tuve la oportunidad de viajar a una cumbre de la sociedad civil en Lima, Perú. Ante el estupor de colegas de naciones sudamericanas y europeas, apenas pude brindar una narrativa sobre la situación en México, cuando las miradas eran de total desconcierto ante el caso de los tenebrosos frigoríficos.

Sin que diera ningún consuelo, los componentes de esta tragedia social, la inseguridad y la corrupción, aparecen en la mayoría de los países del continente, y con ellas, la molestia y desencanto de sus sociedades.

No hay conversación que no termine en un gesto solidario ante lo difícil que será cambiar a un México que dejó de ser ejemplo continental y ahora sufre de los mismos males que todos, aunque cuenta con posibilidades y recursos superiores que, tristemente, no aprovecha. El cuarto aniversario de la desaparición de 43 normalistas es el siguiente comentario en el diálogo, casi como una herida que los mexicanos trajéramos en el rostro.

Mi sentir es que estamos en un punto de quiebre, en el que sólo podremos mejorar si participamos, denunciamos y mantenemos la indignación. Si queremos recuperar la seguridad en México, llegó la hora de involucrarnos para saber la verdad, por dolorosa que esta sea, sobre las víctimas de la violencia, darles la paz que merecen ellas y sus familias, y castigar a los responsables, sin importar de quien se trate. Será eso o que el dolor nos desborde.

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