Luis Wertman Zaslav

Entendimiento

Si queremos contar una historia diferente en los próximos veinte años, el entendimiento no debe ser nada más entre Canadá, Estados Unidos y México, opina Wertman.

Seamos francos, vivimos en una sociedad en donde ponerse de acuerdo no es fácil. En muchas ocasiones, nuestras diferencias tienen mayor peso que nuestras coincidencias. Aunque suene a lugar común, la realidad es que nos cuesta trabajo mirarnos al espejo y honestamente vernos tal cual somos.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte se firmó el 17 de diciembre de 1992 y su principal intención era crear un mercado que a lo largo de los años atenuara las asimetrías económicas y sociales de sus socios, en particular del más rezagado que era México.

Como ha sucedido en otros capítulos de la historia nacional, para el primero de enero de 1994 (fecha de la entrada en vigor) México ya era un país distinto al pronosticado durante la firma. La imagen de una nación a las puertas del primer mundo se diluyó justo ese día cuando la desigualdad y el conflicto político se encarnaron en otras siglas: las del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Los siguientes meses de ese año, si aún se podía, fueron peores.

A pesar de ello, el TLCAN resultó un acuerdo comercial con múltiples ventajas, aunque no ayudó a reducir la desigualdad o emparejar el poder adquisitivo. La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos se debe en gran parte a su eficacia para demeritar el tratado frente a su base de votantes.

Una vez ya en la Casa Blanca, el mandatario estadounidense no dejó de anticipar el fin del TLCAN si éste no contenía reglas distintas. No le resto mérito a los equipos negociadores, pero, antes y ahora, México fue el socio débil del acuerdo.

Si pudiéramos viajar hacia atrás en el tiempo y hablar con el México de los noventa, tendríamos que explicar cómo en poco más de dos décadas sólo nos dedicamos a maquilar, con salarios que se volvieron poco competitivos, miles de productos de corporaciones globales.

Precisamente, no desarrollar marcas propias, tecnología nacional y mayor valor agregado tuvo un costo a largo plazo en el destino del tratado. Sumado al proceso electoral y al descontento social con la corrupción y la inseguridad, el gobierno mexicano entró en la tormenta perfecta.

El "apretón de manos" que se dio el lunes pasado (sin uno de los tres socios) con el presidente de los Estados Unidos como protagonista central brinda certidumbre sobre el siguiente acuerdo comercial, aunque no aleja la imagen de que será un tratado entre desiguales.

Si queremos contar una historia diferente en los próximos veinte años, el entendimiento no debe ser nada más entre Canadá, Estados Unidos y México. Nos urge dejar de simular y aceptar que este tipo de acuerdos deben impulsar el crecimiento general. Hace 26 años nos dijeron que México podía ser una potencia gracias a estos tratados; hoy nos toca trabajar para cumplir ese pronóstico. Tenemos todo para lograrlo.

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