Hace 20 años, Robert Nozick publicó un breve texto llamado '¿Por qué los intelectuales se oponen al capitalismo?' en la revista del Cato Institute. Tanto esa institución como el filósofo mencionado son claros ejemplos de lo que se conoce como 'libertarismo', un movimiento ideológico que considera a la libertad como valor casi único, que no debe limitarse ni siquiera por cuestiones de solidaridad (forzada, al menos).
En ese texto, Nozick propone que la oposición de los intelectuales al sistema de libre mercado puede tener su origen en la forma en que los intelectuales se construyen. Por intelectual, Nozick entiende a las personas que manejan ideas expresadas en palabras, configurando el flujo que otros reciben: poetas, novelistas, críticos, periodistas y en general académicos en las áreas sociales y humanísticas. No incluye a quienes de manera preponderan utilizan números o información visual, que considera se oponen menos al mercado. En opinión de Nozick, los intelectuales esperan ser el tipo de persona más valiosa en la sociedad, con el mayor prestigio y poder, las mayores recompensas. Se sienten merecedores de ello, pero la sociedad capitalista no les rinde pleitesía. Nozick reconoce que esta sensación de merecimiento no es nueva: Platón y Aristóteles ya la mostraban, pero considera que el sistema escolarizado la ha potenciado. Un posible corolario de esta descripción de Nozick es que los intelectuales tendrán una mayor propensión a ver al gobierno como un mecanismo más justo que el mercado, en tanto que ese gobierno les hace un mayor reconocimiento que el que el mercado les ofrece. Más aún, les permite demostrar su mayor valor, puesto que el gobierno puede utilizarse como un instrumento mediante el cual pueden guiar a la población en pleno hacia lo que deberían tener, hacer o querer. ¿Quién podría saberlo mejor que los intelectuales?
Le comento todo esto porque si alguien ha mostrado una gran capacidad para cortejar intelectuales ése es Andrés Manuel López Obrador. Fácilmente les hace pensar que son reconocidos y escuchados, y su postura a favor de un Estado fuerte, que interviene en la economía y promueve ciertos comportamientos sociales, coincide con lo que los intelectuales están buscando. Por lo mismo, no debería ser extraño que una proporción significativa de esos intelectuales, 'trabajadores de palabras' como los llama Nozick, apoyen al líder político. Esa proporción debería ser mayor a la media nacional, y su efecto sobre los jóvenes que estudian con ellos también debería notarse. Ambas cosas ocurren, según las encuestas. Sin embargo, debe resultar difícil defender todas las posturas del candidato, si los intelectuales mantienen algo de su vocación original: buscar la verdad. Para evitar la disonancia, algunos han optado por declarar a AMLO como el único preocupado por los pobres de México, sin prueba alguna. Deben haber olvidado que el primer político reciente que impulsó en serio los programas sociales, fomentando con ellos la organización comunitaria, fue un tal Carlos Salinas de Gortari, a través de Solidaridad. Y también seguramente minimizarán el primer programa social realmente exitoso de México, Progresa, copiado internacionalmente, creado en el sexenio de Zedillo. También debería resultar un problema congeniar el conservadurismo del candidato y su proclividad religiosa con el supuesto liberalismo laico de la izquierda mexicana. No se nota.
A la arrogancia académica que Nozick registra en los intelectuales, habría que sumar la autoridad moral a toda prueba que les ofrece el manto de la izquierda. El político que sabe fingir rendición frente a ello, los seduce de inmediato. No sólo les brinda la certeza de su valor intrínseco, sino la oportunidad de traducir su conocimiento en políticas públicas que, finalmente, se convertirán en reconocimiento, prestigio y fortuna. Es un honor…