Fuera de la Caja

Pobreza… de capital humano

Las propuestas centradas en repartir dinero para mejorar condiciones de vida no sólo no tienen sentido, sino que resultarán contraproducentes.

Aunque México es un país de ingreso medio, sufre -como toda América Latina- de grave desigualdad. En muchas ocasiones hemos comentado aquí que nuestro (sub)continente es el más desigual y el más violento del mundo, y aunque México no sea el peor en ninguno de los dos rubros, sin duda estamos mal. El origen de nuestra profunda desigualdad tendrá algo que ver con el periodo colonial, pero en mayor medida con lo ocurrido en los últimos ciento cincuenta años, como lo ha mostrado Leandro Prados de la Escosura.

El gran crecimiento económico mundial a partir de mediados del siglo XIX nos tomó como proveedores de materias primas, y puesto que nuestras naciones estaban controladas por élites locales, éstas se quedaron con todo lo que pudieron, manteniendo a la población en los niveles de subsistencia de siempre. Como en todo, hay niveles, pero prácticamente todos los países del continente vivieron lo mismo, y eso facilitó los movimientos populistas del siglo XX, que explotaron en los momentos de bajos precios internacionales de materias primas: entreguerras, los sesenta, el fin de siglo.

En materia económica, el mayor logro de México en los últimos 25 años ha sido salir de esa dinámica dependiente de materias primas. Somos el único país latinoamericano que está al margen de alzas y caídas de precios de esos bienes. Pero ese gran cambio en orientación económica no fue acompañado de una transformación de fondo en distribución, al menos de forma general. En parte, porque todavía una élite pudo mantener control de algunos mercados para extraer rentas (telecomunicaciones, por ejemplo). En parte, porque nos ha faltado el capital humano para incorporarnos de forma más exitosa al mercado internacional.

Me parece que no hemos dado suficiente atención a este punto: hay una profunda carencia de capital humano en México. Por un lado, el sistema educativo lo destruye, como sabemos. Apenas 0.3 por ciento de los jóvenes mexicanos termina educación básica en nivel de excelencia, frente a un promedio de más de 8.0-9.0 por ciento en los países de la OCDE, y de entre 1.0 y 2.0 por ciento en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Por otro, los incentivos de todo un siglo han tenido efecto. Si el camino al éxito económico en México pasaba casi únicamente por la política (ya fuese como político o como amigo y prestanombres), no valía la pena invertir en estudiar. Mucho menos buscar fortuna emprendiendo, que los negocios realmente salían cuando los amigos se colocaban en el gobierno.

La apertura al mundo no sólo ha servido para dar una nueva orientación a la economía mexicana, sino también para que el ejemplo de las empresas internacionales abra nuevos horizontes. Por eso ahora tenemos muchos más emprendedores de verdad, que sin embargo sufren para salir adelante en un entorno construido para extraer rentas, que todavía no hemos logrado cambiar de fondo.

La escasez de capital humano se refleja en una de las economías informales más grandes del mundo: 60 por ciento de los mexicanos trabaja en la informalidad, y por lo mismo sufre de ingresos reducidos y vulnerabilidad. Ese es el gran problema económico-social del país, que no se va a resolver ni con becas ni con subsidios ni aumentando un salario mínimo que, por definición, no tiene impacto en la informalidad.

Por eso las propuestas centradas en repartir dinero para mejorar condiciones de vida no sólo no tienen sentido, sino que resultarán contraproducentes. Peor aún para los candidatos: es posible que no den votos, en parte porque todos ofrecen lo mismo, en parte porque las promesas no son creíbles. Y porque, insisto, para los mexicanos hoy el problema no es tanto ganar dinero, como evitar que se lo quiten a uno.

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