Fuera de la Caja

¿Resistirá la economía?

Macario Schettino escribe que a diferencia de lo que pasaba en la época que añora el presidente, hoy el gobierno tiene un impacto bastante menor en la economía.

Muchas personas se preguntan si estamos al borde de una tragedia económica. No lo creo, aunque varias de las decisiones y anuncios realizados durante la transición han complicado innecesariamente el panorama.

Como usted sabe, la economía mexicana se ha transformado profundamente en el transcurso de los últimos 25 años, en buena medida debido al TLCAN, que provocó una ola de reformas alrededor de su firma. Ahí apareció la primera comisión de competencia económica, por ejemplo, empezó la liberalización del mercado eléctrico, y varios otros cambios estructurales.

El más importante, para mí, es la transformación de la mentalidad empresarial. Hasta la gran crisis de 1982, todos los empresarios, medianos, grandes y muy grandes, dependían del gobierno para existir. Unos tenían permisos especiales para importar, otros controlaban su mercado gracias al gobierno, y otros más le vendían directamente a un amigo en la administración pública. Por eso la crisis de 82 fue tan grave. No sólo el gobierno era insolvente, casi todo el sector privado estaba quebrado. Tardamos seis años en salir de la tragedia, y otros tantos en empezar de nuevo.

Pero el TLCAN atrajo inversión extranjera de verdad, y no la que llegaba vía prestanombres durante el período que tanto le gusta al presidente. En estos 25 años no sólo llegaron empresas extranjeras, sino que aparecieron mexicanas con una nueva mentalidad, y se reconstruyeron algunas de las antiguas, también con una orientación real al mercado, nacional y extranjero. Esas empresas son perfectamente capaces de competir, literalmente aquí y en China, y lo único que necesitan es que no se les complique la vida.

Prácticamente todas esas empresas están en el norte del país (definido por el paralelo 20, como acostumbra esta columna). En esa región, el crecimiento promedio anual, durante 25 años, ha sido de 3.4 por ciento, mientras que al sur, ese promedio es de 2 por ciento. Si le quitamos Ciudad y Estado de México, que siguen cosechando del resto del país, y Cancún, el promedio se derrumba a 1.4 por ciento anual.

No existe razón alguna para creer que ese ritmo vaya a cambiar, hasta que ocurran nuevas transformaciones estructurales. Mientras tanto, lo que puede pasar es que todo el país pierda o gane velocidad, dependiendo del único fenómeno relevante en el corto plazo: confianza. Menos confianza, reflejada en tasas de interés más altas, implica menos crecimiento. El efecto del tipo de cambio es mixto, en tanto que un mayor valor del dólar implica también mayores flujos turísticos y de exportaciones, aunque el costo interno de vida sea mayor. La reasignación de gasto, orientada a proyectos de infraestructura en el sur (Tren Maya, refinería), no creo que pinte mucho, por la austeridad (pichicatería) del nuevo gobierno. Por lo mismo, tampoco creo que tenga efectos a mediano plazo, pero ya lo veremos.

A diferencia de lo que pasaba en la época que añora el presidente, hoy el gobierno tiene un impacto bastante menor en la economía. Puede dañarla, si destruye la confianza, pero no puede empujarla con inversiones, como se hacía hace 50 o 60 años.

Precisamente por eso las medidas que anunció el sábado preocupan tanto, porque no tendrán efectos relevantes en el crecimiento de la economía (ni en la distribución del ingreso), pero sí pueden minar la confianza, conforme las finanzas públicas se deterioren. A menos que lo hagan realmente mal, eso no implica una crisis en el corto plazo.

Por todo ello, yo insisto en que López Obrador se concentre en los estados que se encuentran al sur del paralelo 20, que son los que conoce, y en donde realmente lo quieren. Los demás, que los deje en paz, para que puedan seguir jalando la carreta de la que él quiere sacar para repartir. Lo que no se puede es hacer todo al mismo tiempo.

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