Razones y Proporciones

La incipiente disminución de la inflación

Más que amplificarlo, la política monetaria parece haber contrarrestado el ciclo de la economía.

Después de haberse agravado significativamente el año pasado, durante el primer trimestre del presente la inflación anual comenzó a ceder.

De diciembre de 2017 a marzo de 2018, el crecimiento anual del Índice Nacional de Precios al Consumidor disminuyó 1.7 puntos porcentuales. Más de dos tercios de esa reducción correspondió a enero, principalmente como resultado de no haberse repetido los incrementos extraordinarios en las cotizaciones de los energéticos del año anterior.

A esa caída se sumaron las de los dos meses subsecuentes, con lo que la inflación anual descendió a 5.0 por ciento en marzo. Esta tasa destaca por ser la primera en el año que resulta inferior a la de doce meses atrás.

Además, el avance es alentador al reflejar enteramente una menor variación del subíndice subyacente, es decir, aquel que marca la tendencia de la mayoría de los componentes del INPC.

En contraste, el subíndice no subyacente, que incluye los precios agropecuarios y los determinados por el gobierno, entre los que todavía se incorpora a los energéticos, registró en marzo una variación anual igual a la de ese mes en 2017.

Sin minimizar ese progreso, la búsqueda de la estabilidad de precios aún enfrenta un largo camino por recorrer. En primer lugar, la inflación actual supera notablemente el objetivo de 3.0 por ciento del Banco de México.

En segundo lugar, la inflación subyacente, cuya evolución puede ser afectada por la política monetaria, se ubica en 4.0 por ciento, el doble del nivel medio requerido para alcanzar la meta de la inflación general, teniendo en cuenta la elevada variación histórica de la no subyacente.

En adición a algún contagio proveniente del subíndice no subyacente, dos factores parecen influir en la actual inflación subyacente.

Por una parte, la depreciación del peso frente al dólar desde finales de 2014 se ha traducido en un incremento de precios, especialmente de las mercancías, las cuales están expuestas al comercio internacional.

Por otra, probamente hayan surgido presiones de demanda agregada, cuya persistencia complica el control de la inflación. La presencia de este factor podría estar sugerida por la menor holgura económica, es decir, de la capacidad de la economía de absorber aumentos de gasto sin que se traduzcan en mayores niveles de precios.

Los indicadores del mercado laboral parecen apuntar en esa dirección.

Además, a diferencia de lo que ocurre con otros subíndices, la inflación subyacente de servicios, que en principio no está afectada por el tipo de cambio, se mantiene por encima de la del año anterior.

En tercer lugar, de acuerdo con las encuestas de analistas, las expectativas de inflación para 2018 se deterioraron en enero, al descender ésta a una velocidad menor a la esperada previamente. Los pronósticos para el corto y mediano plazos continúan, en promedio, por encima de 3.0 por ciento.

En consecuencia, la eliminación de la brecha de la inflación y sus expectativas respecto del objetivo requerirá mantener una postura monetaria restrictiva. Además, el avance hacia la meta podría complicarse si se deteriora alguno de los elementos referidos.

Dentro de los riesgos para la inflación, la posible depreciación cambiaria suele causar confusión entre algunos comentaristas.

El error tradicional es imaginar que la autoridad monetaria busca defender un cierto nivel de tipo de cambio. Sin embargo, el régimen cambiario del peso es libre, lo que no significa que se deba ser indiferente ante el posible impacto de la debilidad de la moneda en la inflación.

Otro error, esbozado en últimas fechas por ciertos observadores, es aconsejar ignorar el tipo de cambio en las decisiones monetarias, bajo el argumento de que su inclusión necesariamente exacerba los ciclos económicos. Específicamente, como la depreciación de la moneda puede estar asociada a un choque adverso a la economía, responder mediante un apretamiento monetario agrava la desaceleración.

Este razonamiento tiene poca vigencia en nuestro país, al menos por dos razones. La primera consiste en que el objetivo prioritario del Banco de México es el control de la inflación, por lo que no considerar los riesgos podría dañar la credibilidad de su compromiso.

La segunda es que la postura monetaria, reflejada en la tasa real esperada de referencia, se tornó muy acomodaticia en 2009 y se mantuvo laxa hasta 2015. El endurecimiento gradual de esa posición desde el año siguiente corresponde a un periodo en que se ha ido estrechando la holgura económica.

En otras palabras, más que amplificarlo, la política monetaria parece haber contrarrestado el ciclo de la economía.

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