Durante los últimos tres años, la economía mexicana ha mostrado una reducción casi continua en su dinamismo. El principal desafío para el país no consiste en evitar un deterioro productivo adicional en el corto plazo, sino en incrementar el crecimiento económico sostenido.
Desde 2016, la economía global ha exhibido una tendencia de fortalecimiento, caracterizada, en buena medida, por una reactivación simultánea de las principales regiones del mundo. Este desempeño ha sido posible gracias a la superación, en diferente grado entre naciones, de las causas y secuelas de la crisis financiera de 2008-2009.
En la recuperación en marcha ha jugado un papel preponderante el vigor económico cada vez mayor de Estados Unidos, el cual ha incluido una sólida expansión del consumo y la inversión privados.
La mejoría estadounidense parece reflejar factores cíclicos, como la solidez del mercado laboral, incluyendo el alza de los salarios reales, y las condiciones benignas de financiamiento. Sin embargo, otros elementos más duraderos también podrían estar contribuyendo. Destacan la mejora regulatoria en diversas áreas, así como la reforma fiscal aprobada a finales de 2017.
En particular, se estima que el recorte de tasas marginales impositivas para individuos y empresas, así como la deducción inmediata de las inversiones corporativas podrían ejercer un efecto favorable durante una década, siendo mayor su impacto durante el presente y el próximo año.
La información disponible sugiere que el principal riesgo para el sostenimiento del impulso económico global es el recrudecimiento de la guerra comercial que ha provocado Estados Unidos con la imposición de diversos aranceles. Una disminución de los flujos de comercio podría debilitar más que proporcionalmente la actividad económica, como parece empezarse a observar en la zona del euro.
En cualquier conflicto comercial, todos los países pierden y, en el presente, Estados Unidos no puede ser la excepción. El efecto nocivo es potencialmente muy amplio en la forma de mayores precios, así como reducción de producción y empleos especialmente en los sectores expuestos al intercambio internacional.
En contraste con la actual recuperación global, México ha registrado un patrón de desaceleración de la producción, acentuada a partir del año pasado. Específicamente, del tercer trimestre de 2015 al segundo de 2018, la variación anual del PIB, ajustada estacionalmente, se redujo de 4.0 por ciento a 1.6 por ciento, lo que implicó una contracción trimestral en el período más reciente.
Ese debilitamiento ha ocurrido a pesar del creciente dinamismo de las exportaciones manufactureras tanto las destinadas a Estados Unidos como las dirigidas al resto del mundo, en consonancia con la reactivación general.
Además, aunque con ciertas fluctuaciones, la expansión del consumo privado ha mantenido un ritmo fuerte, lo cual parece obedecer primordialmente a la persistente ampliación del empleo interno.
De ahí que el principal freno al avance económico haya sido el estancamiento que durante los años recientes ha registrado la inversión privada, sobre todo en la construcción no residencial.
La inmovilidad del gasto de capital podría estar relacionada, en parte, con la tendencia declinante observada en la inversión pública desde 2009.
No obstante, el factor predominante parece ser la percepción de condiciones desfavorables para este propósito, como lo sugiere el pesimismo reflejado en los Indicadores de Confianza Empresarial, marcadamente el componente sobre si el momento actual es adecuado para invertir, elaborados por el INEGI.
No es posible conocer con precisión las limitaciones que disuaden a los inversionistas de emprender nuevos proyectos. Sin embargo, algunas fuentes alternativas como la encuesta de especialistas recabada por el Banco de México confirman que los potenciales lastres son variados, destacando, desde luego, la inseguridad pública, la incertidumbre política y la renegociación del TLCAN.
Es razonable esperar que con el cambio de gobierno la desaceleración se extienda, por lo menos, un año más. Ha sido casi una constante histórica que durante el primer año de un sexenio la economía reduzca su crecimiento, como resultado de la reorganización administrativa y la incertidumbre asociada.
Empero, el principal reto rebasa la transición y tiene que ver con la necesidad de superar el letargo económico de forma sostenida. Ello no se logra con transferencias a grupos de interés, programas gubernamentales de empleo o más paraestatales, sino eliminando los obstáculos a la inversión privada y mejorando el ambiente de los negocios.
*Ex-subgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).