Con motivo del descalabro anunciado del crecimiento de la economía, ahora muchos sectores andan vociferando para que la autoridad correspondiente diseñe y aplique incentivos fiscales para que la economía recobre el cauce perdido. Es muy probable que muchas de estas personas se hayan perdido de alguna parte de la historia, en especial de los efectos de las reformas fiscales, con y sin incentivos, y el mejor esquema para aplicar dichos instrumentos. Antes de entrar propiamente en materia, debemos señalar que esto del lento crecimiento se veía desde diciembre del año pasado; simplemente observar que en el mercado interno, antes de aplicar la reforma fiscal, el raquítico incremento salarial que se concedió, tanto a los mínimos como a los contractuales, ya se lo había comido la inflación, que si bien terminó el año en el intervalo fijado por el Banco Central, hubieron meses en que la tasa observada lo rebasó, en especial el componente de alimentos y bebidas, y esto terminó con el poder adquisitivo de los pobres y de algunos que creen que no lo son.
Luego vino el clima, la baja en la construcción y la actividad industrial de Estados Unidos, las menores compras de petróleo y la baja actividad económica en el mundo, por lo cual nuestras exportaciones, único motor de empuje que todavía funciona, casi se ahoga y se apaga. Afortunadamente sigue y conviene señalar que aquí el gobierno no tiene culpa alguna, ni función que jugar, al menos que todavía alguien piense que los mecanismos de promoción de exportaciones funcionan o que alguna vez han funcionado, aparte de fomentar el turismo empresarial y burocrático. Luego vino la reforma fiscal, que se dice ha matado a miles y miles de empresas, que ya estaban muertas -por cierto- y han reducido el ingreso disponible y la capacidad de compra de muchas familias. Aquí conviene aclarar que ni la inversión, ni la investigación y desarrollo responden a los incentivos fiscales. El gasto en R&D en México es de apenas 0.4 por ciento del PIB, con 80 por ciento ejercido por el gobierno. Las empresas ni enteradas, ah, pero eso sí, todas se quejan.
El mejor incentivo fiscal para fomentar la demanda agregada es justo el que en nuestro país es imposible utilizar, aparte de que resultaría muy injusto. Independientemente de lo que afirma el organismo encargado de cobrar impuestos, menos de una cuarta parte de las personas físicas paga impuestos y menos de una quinta parte de empresas lo hace. Los que sí pagan lo hacen a tasas ridículamente bajas por la gran cantidad de deducibles y conceptos no acumulables que tienen, recomendados por sus duchos asesores y planificadores fiscales. Cuando en Estados Unidos les cayó la recesión, inmediatamente redujeron las tasas impositivas y devolvieron impuestos, lo cual ayudó a la gran mayoría de causantes, personas físicas y morales, a paliar los efectos de la crisis. Pero en México, bajar tasas y devolver impuestos simplemente beneficiaría más a los que más tienen, sólo unos cuantos, dejando a la gran mayoría -que sí requiere el estímulo- chiflando en la loma. Esto, aparte de que es muy probable que las devoluciones se pierdan en el correo, ya que pocos tienen actualizados sus datos, algunas empresas ya se fueron y la voracidad de quienes devuelven, que verán la forma de sacar raja a la tajada. En pocas palabras, de nada sirven los estímulos y su aplicación es algo caso materialmente imposible de lograr.
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Mario Rodarte
¿Incentivos fiscales?
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