Gestión de Negocios

Perfeccionar el arte de la prudencia

El columnista da tres consejos para afinar la prudencia en los empleados porque puede usarse a favor de manera enfocada.

La junta hubiera fluido distinto de no ser por sus continuas imprudencias, salieron pensando casi todos.

Y es que aunque el tema era de claro interés común, dejó de avanzar por las continuas interrupciones de una persona. Sus primeras interrupciones fueron valiosas en su fondo, aunque muy duras en su forma. Las subsecuentes confirmaban tenacidad en su tono, pero mostraban incapacidad de escucha empática. Fue cuando sus interrupciones parecían no tener fin y su limitado respeto a las opiniones divergentes se hizo notorio, cuando escuché al primero decirle "ya estás siendo muy imprudente".

Ajustemos el ejemplo a cualquier circunstancia en la empresa, en un entorno vecinal o en la familia. Sospecho que no será difícil encontrar ejemplos de colaboradores, vecinos o familiares con escasa prudencia.

En su definición más simple, prudencia es la virtud de actuar o hablar con cierto grado de cautela, procurando desenvolverse en forma adecuada y proporcionada a la circunstancia que se tiene enfrente.

Ser prudente parte de la capacidad de la autocontención y se nutre de la posibilidad de la meditación previa (a veces sólo instantes) de los posibles efectos de la omisión, acto o dicho que habrás de materializar. La prudencia obliga a filtrar, a ponderar y, en ocasiones, a contener.

Las más de las organizaciones pueden beneficiarse de esa virtud en sus colaboradores. Aquí tres consejos prácticos para afinarla:

1) No tienes que decir la última palabra.- Sea por ego, por mal hábito o por falta de autocontrol, hay cientos de individuos que se autodesignan como los que deben de decir la última palabra. Y no siempre debe ser así. Seas el jefe, el listo o el conocedor, hay múltiples ocasiones, sobre todo cuando la sustancia ya está dicha, que la prudencia te lleva a guardar silencio. A no decir nada más. A dejar que las cosas fluyan.

2) No tienes que corregir a todo el mundo, todo el tiempo.- Dejemos de lado a quienes tienen incapacidad para reconocer sus propios errores y centrémonos en quienes gozan del privilegio del conocimiento amplio de una o varias materias. Su bien ganado conocimiento no los faculta para corregir a todos en toda ocasión. Hay muchas ocasiones en donde el respeto a la autoridad o algo de sensatez, invita a la mesura y a simplemente dejar fluir las cosas, procurando encontrar un mejor momento para afirmar lo deseado.

3) Entiende que las palabras producen efectos deseados e indeseados.- Hablar sin filtro es la antítesis de la prudencia. Ello no significa que no se pueda o deba hablar con arrojo en muchas ocasiones que lo ameriten, pero obliga a ser reservado o cauto en múltiples momentos, frente a determinadas personas o en ciertos contextos. El prudente es dueño de sus silencios y consciente de que su palabra siempre puede ser bien empleada, pero no tiene que ser siempre usada.

Mi abuela la refranera decía que la prudencia no nace en macetas. Tenía la boca llena de razón. Lo natural en el humano en sus etapas tempranas de la vida es la imprudencia. Es el deseo de integración social armónica lo que nos incentiva a aprender el arte de la prudencia.

Ser prudente no implica renunciar a la audacia, al arrojo, a la voz firme cuando se requiere. Implica tonificar, contextualizar, considerar sentimientos de segundos o intereses de terceros.

La prudencia se nutre de la paciencia y por ello es expresión pura de humanidad. Es considerar al otro, no sólo gravitar en torno a ti mismo.

Bien decía el filósofo Marco Tulio Cicerón: "Prudencia es saber distinguir las cosas deseables de las que conviene evitar".

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