Pie de Página

La felicidad como rencor de clase

Claudia Sheinbaum no ha dicho, hasta ahora, cuál es su plataforma política sobre el deporte, responsabilidad fundamental en su nueva administración, señala Mauricio Mejía.

La felicidad del pueblo es una de las grandes responsabilidades del Estado. Churchill lo entendió como nadie. Durante los bombardeos nazis a las principales ciudades inglesas, el teatro y los espectáculos nocturnos se mantuvieron vigentes. No vamos a interrumpir nuestra vida y menos a dejar de hacer lo que nos gusta, dio a entender uno de los más grandes estadistas del siglo XX. Gran Bretaña se levantó de las cenizas sin perder un gramo de orgullo.

La Cuarta Transformación habla por y a través del pueblo, ese invento del despotismo. Ya logró la cancelación de un proyecto de alto rendimiento, el aeropuerto de Texcoco. Ahora la futura gobernante de la Ciudad de México se propone discutir si es viable que siga o no el Gran Premio de la Fórmula Uno en la capital del país. "El tema es cuánto recurso público se está invirtiendo en eso cuando hay tantas necesidades en la ciudad", exclama como, si en efecto, le importaran las necesidades básicas del pueblo de la ciudad que gobernará.

Confundida, Claudia Sheinbaum supone que la Fórmula Uno es una felicidad para una élite que no pertenece al pueblo llano. "Me preocupa –agrega– que el espacio esté cerrado para la gente". Mayor desconocimiento de la industria deportiva (y del deporte) no puede tener. El estadio Azteca también está cerrado para "la gente", porque –desde su nacimiento como espectáculo– el estadio tiene límite de espectadores. Pero el futbol, supone, es un deporte bien "del pueblo". No le incomoda, pues, que una gran cantidad de personas no puedan entrar a un Cruz Azul-América o a un Chivas-Pumas. En su lógica, los espacios para presenciar el deporte debían ser tan grandes como el Lago de Texcoco, que ya no será aeropuerto.

Sheinbaum, como Andrés Manuel López Obrador, padece de rencor de clase. El automovilismo deportivo es fifí (como el futbol americano de la NFL, el basquetbol de la NBA y la Fórmula E, espectáculos deportivos de corte poscapitalista que enajenan al pueblo, sabio y prudente), quiere decir la nueva administradora de la convivencia capitalina. Allí y sólo allí hay que revisar, asegura, "todas las aristas", con lo que aristas quiera decir.

Habrá que recordarle a Sheinbaum que tiene la oportunidad de hacer pública una de las grandes felicidades del pueblo (su "pueblo"). Tiene la oportunidad histórica de abrir el deporte a todos los habitantes de la Ciudad de México. Pero tampoco eso le importa: no ha dicho, hasta ahora, cuál es su plataforma política sobre el deporte, responsabilidad fundamental en su nueva administración.

En medio de la confusión, entre transición y Transformación, no ha fijado –como debía– los objetivos para que los niños y jóvenes mexicanos practiquen deportes (a López Obrador le importa, dijo, el beisbol) cerca de casa. No quiere ser estadista la señora Sheinbaum, no le interesa, ni de lejos, que sus futuros gobernados sientan la enorme felicidad de nadar, correr, caminar, practicar basquetbol, clavados, voleibol y tantas otras disciplinas. Claro, es mejor volver a la cascarita de la calle que ver a los ricos aplaudir a Hamilton o a Vettel en un autódromo con límite de espectadores.

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