El día después del debate, muy lejos de Tijuana, en La Barca, Jalisco, Andrés Manuel López Obrador seguía farfullando improperios contra Ricardo Anaya. Estaba furioso. Le dolió.
Lo hizo enojar porque lo exhibió donde más le duele, en su ego.
En dos pasadas en el debate lo mostró como poco conocedor del país que quiere gobernar. Tramposo en el manejo de las cifras de su gobierno en el Distrito Federal, y con doble vara para medir la austeridad y la moral suya y la de los demás.
Sin venir a cuento y cuando ya no lo tenía enfrente, en Jalisco, llamó a Anaya "mentecato" y "mentiroso".
Dijo en La Barca: "desde un primer momento (Anaya) se mostró agresivo, pero es el modelito de esos hipócritas, el de mentir y apantallar… lo que hice fue ponerle un estate quieto".
¿Agresivo Anaya? Antes del debate López Obrador se había referido a Anaya en los siguientes términos: "pirrurris", "malandro", "mafiosillo vulgar", "hablantín", "farsante", "hipócrita", "blanquito", "ñoño", "mentirosillo". (Compilación de Fernando García Ramírez en EL FINANCIERO de este lunes).
Dolido, enojado está López Obrador y saca después del debate lo que no se atrevió a decir de frente al abanderado de la coalición PAN-PRD.
Y por una razón más. Dijo que era falso que la contienda presidencial fuese de dos. ¿De dónde le salió la preocupación? Seguramente él tiene otras cifras y se puso nervioso.
Durante el debate, Ricardo Anaya lo revolcó en tres temas que AMLO cree que son su fuerte.
Le dijo Anaya que su propuesta de construir un ferrocarril que una a Salina Cruz (Océano Pacífico) con Coatzacoalcos (Atlántico) era algo que ya existía. Es viejísimo. La vía férrea ahí está y hay que ponerla a funcionar.
Por ahí AMLO quiere unir Asia con Estados Unidos, como si Estados Unidos no tuviera costa en el Pacífico.
El que dice conocer el país como la palma de su mano cometió un error garrafal: no había reparado en que ya existe un ferrocarril Salina Cruz-Coatzacoalcos (inutilizado). Luego se acordó hasta de quién trazó la vía férrea.
López Obrador había censurado que los hijos de Anaya estudiaran fuera del país, en Atlanta. Y el panista le reviró en el debate que un hijo de AMLO había estudiado en Europa (España).
No tiene nada de malo que los hijos estudien en el extranjero, al contrario, mientras mejor se preparen más gana el país.
Pero es bueno sólo cuando son los hijos de AMLO, y malo cuando son los hijos de Anaya. En este último caso es un lujo producto de algo obscuro. En el caso de López Obrador es por obra de la Divina Providencia.
AMLO presumió una inversión extranjera descomunal en la capital del país cuando fue jefe de Gobierno, lo que en su discurso y para "apantallar" a quienes no conocían la verdad, es una muestra de lo confiable que es él para los inversionistas internacionales.
Ricardo Anaya lo exhibió como un tramposo. Le dijo, con toda verdad del mundo, que en esa cifra estaba contando la venta de Banamex a Citigroup, que desde luego no fue obra suya.
Esa venta fue cuestionada agresivamente por AMLO en su momento, lo que le llevó a poner a Roberto Hernández en la cúspide de su invención original: "la mafia del poder".
Cuando Anaya se lo dijo en el debate, López Obrador guardó silencio, se paralizó, y luego atinó a decir que en los próximos días saldría la verdad.
Pues ya salió: AMLO mintió, Anaya no.
Así es que López Obrador fue exhibido en cadena nacional en tres puntos que llegan al centro de su ego: no conoce el país como dice, acusa de inmoralidad en otros lo mismo que él hace y considera normal, y se cuelga al pecho la medalla de la venta de Banamex que tanto combatió.
López Obrador repite a ciegas lo que le indican sus asesores. Ignora de qué habla. No tiene conocimientos sobre temas fundamentales. No está preparado para gobernar.
Y se fue a Jalisco mascullando contra Anaya. Por algo será. Ya siente sus pasos. No ha ganado.