La instalación de una mesa de diálogo entre el sector privado y candidatos presidenciales para debatir la viabilidad del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, es darle a López Obrador un trato de presidente sin haber ganado las elecciones.
Esa mesa de diálogo es para discutir la propuesta de AMLO de cancelar la construcción del aeropuerto y hacer uno pequeñito en la base de Santa Lucía.
Los empresarios tienen todo el derecho a discutir las propuestas de quien sea, pero una mesa de diálogo, aunque sea con "carácter informativo" –como matizó el CCE–, es darle a López Obrador una investidura que no tiene.
Aún no empiezan las campañas y los empresarios parecen dar por hecho que AMLO va a ganar y le piden diálogo sobre una de sus propuestas que son nocivas.
Con esa lógica, de una vez discutan con él la reforma energética, la educativa y la reelección.
Por más puntero que sea, las campañas aún no empiezan. La política da muchas vueltas y del plato a la boca se caen los triunfos que se creían "amarrados".
Que le pregunten al propio López Obrador cómo le fue en 2006 cuando la tenía en la bolsa, se había imaginado en qué ala de Palacio Nacional le harían su dormitorio, su sala y su cocina. Y se le cayó.
Cabe una mesa de diálogo en el hipotético caso de que gane las elecciones. Cuando sea presidente, si es que lo logra. Pero, ¿antes?
Si llegara a ganar la presidencia, que venga la mesa de diálogo, a ver qué tan abierto está a escuchar razones distintas a las que le dicta su voz interior, que hasta de aeronáutica cree saber.
Ese proyecto es fundamental para el país, su conexión con el mundo, la movilidad, el comercio exterior, el turismo.
Y porque un candidato presidencial dice que lo va a cancelar, los empresarios, en lugar de contradecirlo y pedir que no voten por él, pues sus propuestas son una locura, le instalan una mesa de diálogo.
Si así de firmes son ahora que apenas es candidato y ni siquiera han iniciado las campañas, es fácil imaginar su debilidad para encarar a un presidente sin respeto por la economía abierta, la propiedad privada, la separación de poderes, la autonomía universitaria y del Banco de México.
El costo del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México será de poco más de 200 mil millones de pesos.
Tal cantidad es similar a lo que costaría una sola de las refinerías de López Obrador en caso de ganar la presidencia.
Con una gran diferencia: el costo de las refinerías, que no alterarán los precios de la gasolina y el diésel, pues son internacionales, lo pagaría completo el gobierno.
El nuevo aeropuerto, en cambio, es financiado en 70 por ciento por inversionistas privados y son los usuarios los que pagan la construcción a través de la tarifa de uso de aeropuerto.
López Obrador quiere poner en las mismas pistas y espacio aéreo a aviones militares y a la aviación comercial. A esa locura no se le instala una mesa de diálogo, se le dice no.
De paso quiere tirar a la basura la inversión ya realizada, los contratos que ya están licitados (74 por ciento) y los 70 mil empleos que va a generar sólo este año.
¿Mesa de diálogo a un candidato que quiere cometer semejante barbaridad?
La pérdida económica en caso de no construirse el nuevo aeropuerto donde ya está planeado y la mayoría de los contratos licitados, sería de 120 mil millones de pesos.
A ese tipo de ocurrencias se les dice no y punto.
Salvo que quien lo proponga sea el presidente de la República.
Y AMLO no lo es.