Uso de Razón

Meade, el domingo o nunca

Meade debe desempolvar al político de altura que se presentó ante la Cámara de Diputados en su última comparecencia como secretario de Hacienda.

Si José Antonio Meade no gana de manera clara el debate del domingo, al día siguiente habremos despertado con la certeza de que no será presidente de la República.

Es el que la tiene más difícil de los cinco, pero cuenta con las prendas personales para ganarlo.

Si alguien lee la respuesta que dio a la pregunta final en su última comparecencia como secretario de Hacienda en la Cámara de Diputados (5 de octubre 2017, al legislador Jericó Abramo Masso), encontrará ahí a un político de altura.

Pero llega en desventaja al debate del domingo, porque es el candidato de la continuidad y la mayoría quiere un cambio.

No lo han entendido ni en la campaña ni en el gobierno.

En la mente de gran parte de la población, continuidad significa sólo lo malo de estos cinco años y medio, y nada de lo bueno.

Ya habrá tiempo de analizar el fenómeno y la responsabilidad de cada quien (gobierno, medios de comunicación y sector privado incluidos), pero la realidad es esa.

Meade llega al debate con un PRI desalentado porque no se identifica con el equipo que lleva la campaña ni con su dirigente nacional.

Y el voto no priista que supuestamente Meade iba a captar, prefiere irse con el candidato de Morena que seguir con el actual grupo gobernante en Los Pinos.

Sonaba bien la apuesta de llevar un candidato presidencial de trayectoria profesional impecable y no militante del PRI.

Lo que no ajustó después fue que ni el candidato ni el jefe de campaña ni el presidente del partido hayan ganado jamás una casilla en su vida.

Meade es valioso, Nuño es valioso, pero eso no basta. Si querían al PRI, al menos le hubieran hecho un guiño y no maltratarlo como lo han hecho desde la presidencia partidista.

Sin embargo y a pesar de lo anterior, Meade tiene una última oportunidad en el debate del domingo.

Hay quienes lo desestiman porque no levanta pasiones con sus discursos. Pero es posible que con su estilo pedagógico, claro y profundo, pueda llegar a la sensibilidad de los ciudadanos para que le tomen el peso a lo que se juega en esta elección.

Si sus asesores lo quieren convertir en un hooligan el domingo, se van a equivocar.

Meade es como es, y si no se aparta de su esencia puede ganar.

Anaya, que es un buen polemista, va a tener encima a Margarita Zavala que es una víctima de su pragmatismo y de la maquinaria partidista que aventó sin compasión sobre la otrora favorita para disputarle el primer lugar al abanderado de Morena.

Zavala tendrá el incentivo de subir sus preferencias a dos dígitos, para que de ahí salga un nuevo partido político si el PAN se destroza el 2 de julio, como seguramente va a suceder si pierde Anaya.

López Obrador, que será el blanco de los dardos en el debate, es el que tiene todo para convertir ese encuentro en un paseo dominical.

A diferencia de Meade, si AMLO logra ocultar quién es verdaderamente, habrá tenido medio triunfo del debate en la bolsa.

Tendrá la ventaja de que golpe que suelte, golpe que va a dar en el blanco.

Sus críticas al gobierno van a ser compartidas por una población mayoritariamente enojada, y el candidato del PAN tiene debilidades que por molestas ya no ha querido abordar cuando se le pregunta.

Meade es el que la tiene más difícil, porque su campaña no ha levantado como se calculó.

El malestar ciudadano es mayor al que supusieron.

Las encuestas decían la verdad cuando indicaban que la población no quería al gobierno o a tales y cuales funcionarios. El papel de los medios y de las redes era muy importante, y lo minimizaron.

Pero si Meade logra tocar la sensibilidad de los votantes el domingo…

Al menos servirá para que los ciudadanos recapaciten acerca de lo que se viene si se cumplen los pronósticos. Si gana el debate, todavía tendrá oportunidad.

De lo contrario, el panorama será distinto a partir del lunes.

Falta poco para saberlo.

COLUMNAS ANTERIORES

La voluntad del difunto
El mundo va a la guerra

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.