La Fiesta Está Viva

Bodas de plata

 

1

Enrique Ponce, maestro del toreo, cumple el miércoles 13 de diciembre, 25 años de haber confirmado su alternativa en la Plaza México. Es el torero español con más actuaciones en este coso, pero lejos de la fría estadística, lo de Ponce con la afición capitalina es todo un fenómeno social y cultural.

No está en duda su condición de figura, su trayectoria lo avala. Triunfos en prácticamente todo el orbe taurino, puertas grandes en Madrid, Puertas del Príncipe en Sevilla, la de los Cónsules en Nimes, Bilbao, Valencia, México, y así podemos prácticamente repasar la geografía taurina. En todos los rincones de este maravilloso mundo del toro, el nombre de Enrique Ponce viene acompañado del título de figura y maestro del toreo.

Su tauromaquia está basada en su elegancia natural; físicamente se mantiene en óptimas condiciones; su mente es privilegiada para entender a los toros, para saber en segundos el potencial de faena que tiene cada uno dentro; entiende a todos los encastes y prácticamente con todos ha triunfado; la suavidad que posee seduce a la violencia innata de un animal tan poderoso como lo es el toro; el temple —la herramienta más importante del toreo— le brota por las venas: tiene temple al andar, al hablar, al pensar y lo desborda al torear.

No se ha librado en alguna época de ser blanco de críticas despiadadas, claramente dirigidas hacia su condición de figura, algunas emitidas por críticos taurinos de "poca monta" —diría un buen amigo mío—. Cualquiera que se precie de ser un aficionado a los toros serio, un periodista serio o un ganadero serio, le guste o no Ponce, debe reconocer que está ante un torero histórico, un fenómeno del toreo.
Con la capital no todo ha sido miel sobre hojuelas, han existido algunos momentos tensos, incluso de rechazo, pero una de las virtudes que tienen los toreros es poder cambiar las cañas por lanzas.

La conexión emocional y sentimental que existe entre el valenciano y el público de la México rebasa la crítica estrictamente taurina. A ver quién es el guapo que detrás de un teclado tiene la calidad moral y taurina de poder decir qué sí y qué no a un hombre que lo ha conseguido todo, que pasa por un momento de plenitud artística y humana, que tiene la virtud de utilizar el valor para torear tan despacio que sus muletazos duelen, y ese valor queda discreta y elegantemente oculto ante la alta expresión corporal y estética que logra el maestro cuando se funde con un toro.

Las pausas que concede a los astados enriquecen la puesta en escena, favorecen a los toros en su lidia y rendimiento. Tandas con principio y fin, estructura taurina, lógica elemental de hacer parecer fácil lo casi imposible. Ha sido fiel a su forma de sentir, entender e interpretar el toreo, desde novillero (se puede observar en las fotos de aquella época). Hoy esa forma de entender, lidiar, someter y crear con los toros, ha llegado al punto de la perfección en un arte donde la perfección nunca va a existir en las formas, pero sí alcanza un grado de excelencia en la emoción y transmisión de sentimientos que genera el toreo de Ponce en el alma de los asistentes (aficionados recalcitrantes o público nuevo), sobre todo, en la Plaza México.

El arte existe por el brote de emociones que despierta su obra, que toro a toro y tarde a tarde ha creado durante 28 temporadas como matador.
Es usted un maestro, privilegiados somos los que hemos tenido el placer de vivir en esta época, que además está plagada de toreros que también son figuras, lo que eleva el mérito de su trayectoria.

Lo invito, amigo lector, a ver el próximo viernes a las 21:00 horas, Tiempo de Toros, por El Financiero Bloomberg, donde tuve el privilegio de entrevistar al maestro Enrique Ponce, quien durante una hora dio cátedra de tauromaquia, esta vez hablando con el mismo temple, profundidad y arte con el que torea.

Twitter: @rafaelcue

También te puede interesar:
​La bravura, conceptos definidos
Un buen inicio
Larga vida, 'Maestro'

COLUMNAS ANTERIORES

La Resurrección
La de rejones

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.