Apuntes Globales

En los zapatos de Ebrard

Marcelo Ebrard enfrenta una disyuntiva: ser realista o idealista. Desconfiar plenamente de Trump o darle el privilegio de la duda.

¿Tendrá Andrés Manuel López Obrador una luna de miel con Donald Trump? Es una pregunta que tiene que evaluar muy bien Marcelo Ebrard, quien ha sido ungido con la responsabilidad de ser el próximo canciller de México.

Al iniciar un nuevo periodo presidencial, generalmente el flamante Ejecutivo goza de un cierto periodo de buenas intenciones en la relación con Washington. Esta práctica informal se puede magnificar cuando el triunfo electoral es muy contundente y relevante.

Este fue el caso de Vicente Fox, quien dio el campanazo de sacar al PRI estacionado en Los Pinos por 72 años. El vaquero de Guanajuato tuvo una importante luna de miel con el vaquero de Texas, George W. Bush. Fox era visto como un campeón global de la democracia e incluso se habló del bono democrático. Según el canciller de Fox, Jorge Castañeda, teníamos derecho a una especie de oportunidad única de lograr un acuerdo especial como 'recompensa' por la hazaña electoral.

Castañeda se lo tomó en serio y consultó a algunos especialistas sobre qué podía México obtener de Washington. Un amigo mutuo, el desaparecido Robert Pastor, opinó que México debía solicitar a Estados Unidos un fondo de desarrollo, como los que hay en la Unión Europea para las economías más atrasadas que entran al mercado común. La verdad es que el propio Castañeda había venido cocinando una idea hozada: un acuerdo migratorio integral. Tuve la fortuna de asistir a una cena en casa de Castañeda con la presencia de Fox, días antes de la temprana visita de Bush a San Cristóbal, Guanajuato, en febrero de 2001. En la reunión, Castañeda ponderó los pros y los contras, con un pequeño grupo de académicos y diplomáticos, de pedir a Bush negociar un acuerdo migratorio integral bilateral. Al final de la cena, Fox ya había hecho suya la iniciativa de su canciller.

Ahora bien, no obstante que Bush, el presidente de Estados Unidos número 43, es la antípoda de Trump pues veía en México oportunidad, no hay duda de que Trump ha sido cuidadoso con AMLO. Más aún, hay cierta evidencia de que Trump considera que el tabasqueño es igual que él, una especie de cruzado que pondrá orden en un pantano de corrupción que es el gobierno federal, de allí que le ha llamado "Juan Trump." Ya lo comentó Ebrard en una entrevista de radio, AMLO tiene una enorme dosis de legitimidad interna e internacional por lo contundente de su victoria. En conclusión, hay indicios de que podríamos recibir un trato especial de Washington en el arranque del nuevo gobierno.

Ebrard enfrenta una disyuntiva: ser realista o idealista. Desconfiar plenamente de Trump o darle el privilegio de la duda.

Ser realista significa que hay que ser pragmático y no creer que algo bueno pueda venir de un mandatario que se ha ensañado en vituperar a México, especialmente a nuestros migrantes. Más aún, el lema de Trump "América primero", significa que Washington está dispuesto a enfrentarse con amigos y enemigos para beneficiarse, pues su visión es de suma cero. Cuando Estados Unidos gana, todos los demás deben perder. Sobra evidencia de que el mandatario estadounidense va por el mundo, como lo acaba de hacer esta semana en la cumbre de la OTAN de Bruselas, esgrimiendo su doctrina de seguridad nacional.

En una lectura realista, Ebrard y su diplomacia tendrían que aceptar que Trump hizo añicos la estrategia diplomática mexicana de llevar las principales decisiones a los encuentros presidenciales. Carlos Salinas y Bush padre, el presidente de Estados Unidos número 41, hablaron por primera vez del TLCAN en su primera entrevista como presidentes electos en noviembre de 1988; Calderón y W. Bush acordaron la Iniciativa Mérida en su primer encuentro en 2007. De manera que la diplomacia de Ebrard tendrá que olvidarse de acudir como tradicionalmente lo hacíamos al Ejecutivo y, en cambio, jugar el juego político de Estados Unidos que es altamente descentralizado. Los esfuerzos diplomáticos de Ebrard deben tener como destinatarios al Capitolio, así como capitales relevantes como Sacramento, Austin o Springfield, Illinois, y desde luego, las cámaras de comercio y a las agrupaciones de latinos.

En una lectura idealista, Ebrard tendría que hacer prioritaria la conclusión de la renegociación del TLCAN. Si se cierra el Tratado antes de que tome posesión AMLO, el ambiente económico para el arranque del sexenio se despejaría. Los inversionistas tendrían la certeza de que el mercado de Estados Unidos permanecerá abierto para nuestras exportaciones y también que AMLO tendrá que disciplinarse.

También solicitaría algo que AMLO insistió en los debates, un Plan Marshall hacia Centroamérica y el sur de México. Esto es, un plan de desarrollo económico que genere las condiciones para el desarrollo y la paz. Que mejor antídoto para los enormes problemas que ha significado el aumento de centroamericanos buscando refugio en la frontera México-Estados Unidos.

Si estuviera en los zapatos de Ebrard, jugaría ambas cartas. La realista y la idealista. Nixon, un conservador obstinado come comunistas, sorprendió con su apertura hacia la China de Mao. Trump, un racista y antiinmigrante obsesionado, podría comprar la idea de que el único instrumento para resolver de fondo la emigración de mexicanos y centroamericanos es el bienestar económico que traería una exitosa renegociación del TLCAN. Y para evitar la migración centroamericana, un Plan Marshall de cooperación para el desarrollo.

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